Texto de Giorgio Agamben publicado el 11 de julio de 2024 en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet, donde publica habitualmente su columna «Una voce».Una parte esencial del funeral en la tradición de la iglesia católica es la misa llamada de Requiem, que en el Introito se abre con las palabras: Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis. Hasta 1970, el misal romano prescribía también que la misa de requiem se recitara en la secuencia del dies irae.
Esta elección concordaba perfectamente con el hecho de que el propio
término que definía la misa para los difuntos procedía de un texto
apocalíptico, el Apocalipsis de Esdras, que evocaba a la vez la paz y el fin del mundo: requiem aeternitatis dabit vobis, quoniam in proximo est ille, qui in finem saeculi adveniet, «les dará la paz eterna, porque está cerca el que viene al final de los tiempos». La abolición del dies irae
en 1970 va de la mano del abandono de toda instancia escatológica por
parte de la Iglesia, que se ha amoldado así por completo a la idea de
progreso infinito que define la modernidad. Lo que se deja caer sin el
valor de explicitar sus razones —el día de la ira, el último día— puede
ser recogido como un arma a utilizar contra la cobardía y las
contradicciones del poder en el momento de su fin. Esto es lo que
pretendemos hacer aquí, intentando celebrar sin intención paródica, pero
fuera de la Iglesia, que pertenece al número de los difuntos, una
especie de funeral abreviado para Occidente.
Dies irae, dies illa
solvet saeclum in favilla,
teste David cum Sybilla.
Día de ira, ese día
destruirá el mundo en cenizas,
como atestiguan David y la Sibila.
¿De
qué día se trata? Ciertamente del presente, del tiempo que estamos
viviendo. Cada día es el día de la ira, el último día. Hoy el siglo, el
mundo está en llamas, y con él nuestra casa. De esto debemos ser
testigos, como David y como la Sibila. Quien calla y no da testimonio,
no tendrá paz ni ahora ni mañana, porque es precisamente la paz lo que
Occidente no puede ni quiere ver ni pensar.
Quantus tremor est futurus
quando iudex est venturus
cuncta stricte discussurus.
Cuánto terror habrá
cuando venga el juez
para juzgar todas las cosas estrictamente.
El terror no es futuro, es aquí y ahora. Y ese juez somos nosotros, llamados a pronunciar la sentencia, la krisis
sobre nuestro tiempo. A la palabra «crisis», de la que no hacemos más
que hablar para justificar el estado de excepción, le devolvemos su
significado original de juicio. En el vocabulario de la medicina
hipocrática, la krisis designaba el momento en que el médico
debe juzgar si el paciente morirá o sobrevivirá. Del mismo modo
discernimos lo que de Occidente muere y lo que aún está vivo. Y el
juicio será severo, no dejará pasar nada.
(...)
El libro escrito es la historia, que es siempre la historia de la
mentira y de la injusticia. De la verdad y la justicia no hay historia,
sino aparición instantánea en la krisis decisiva de cada
mentira y cada injusticia. En ese momento la mentira ya no podrá
encubrir la realidad. Pues la justicia y la verdad se manifiestan a sí
mismas, manifestando la falsedad y la injusticia. Y nada escapará a la
fuerza de su venganza, siempre que se devuelva a esta palabra el sentido
etimológico que tiene en el proceso romano, en el que el vindex es aquel que vim dicit, que muestra al juez la violencia que se le ha hecho a quien sólo en este sentido «venga».
(...)
Confutatis maledictis,
flammis acribus addictis,
voca me cum benedictis…
Lacrimosa dies illa,
qua resurget ex favilla
iudicandus homo reus
Condenados los malditos
arrojados a las llamas vivas,
llámame entre los bienaventurados…
Día de lágrimas aquel día
en que resurgirá de las cenizas
el hombre reo para ser juzgado.
Aunque
el himno sobre el día de la ira forma parte de una misa en la que se
pide paz y misericordia para los muertos, se mantiene la distinción
entre los maldecidos y los bienaventurados, entre los verdugos y las
víctimas. (...)
Por
eso, aunque nos sepamos sin poder ante el poder, tanto más implacable
debe ser nuestro juicio, que no podemos separar del réquiem que estamos celebrando."
3. adj. cult. Dicho de guardia: Encargada de proteger a un político, un gobernante u otro personaje destacado. Frec. en sent. irónico. El palacio del dictador está custodiado por su guardia pretoriana.
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