Cuando era joven y me obligaban a pasar mi Domingo en la casa sin la ayuda
de libros interesantes, pasaba muchas horas esperando hasta la puesta de sol para
ver remontar a los martines (desde una ventana del ático) y me consideré de verdad afortunado cuando un halcón aparecía
en los cielos lejos hacia el horizonte contra una nube esponjosa, y buscaba
durante horas hasta que encontraba a su pareja. Al menos ellos retiraban mis
pensamientos de las cosas terrenales.
HDT
Diario 17 de abril de 1852
Porque la mente individual no puede ser completamente
descrita por sí misma o por cualquier
investigador diferente, el yo –celebrado jugador estrella en los escenarios de
la conciencia- puede continuar creyendo apasionadamente en su independencia y
voluntad libre. Y esta es una muy afortunada circunstancia darviniana. La
confianza en la voluntad libre es biológicamente adaptativa. Sin ella, la mente
consciente, a lo sumo, una frágil ventana oscura sobre el mundo real, resultaría
destruida por el fatalismo.Como un prisionero confinado de por vida a una
reclusión solitaria, privado de cualquier libertad de explorar y famélico de
sorpresa, se echaría a perder.
E. O.Wilson (The meaning of human existence)
(Traducción
Guillermo Ruiz)
“Los pioneros son nuestros padres: nuestros maestros, los
que nos precedieron en la fe, en el amor y en la esperanza. No puedo olvidar a
los que soñaron, porque soy hijo de su sueño, I´m a son of the dream:
descendiente de una vieja familia europea de españoles y alemanes, suecos y
daneses, rusos e italianos, judíos, católicos y protestantes. Algunos de mis
antecesores emigraron desde Rusia a Alemania; otros fueron médicos y
diplómaticos en lugares lejanos; y, no pocos, hicieron el viaje atlántico desde
Hamburgo a Nueva York, desde Asturias a Argentina o desde Santander a Cuba.
Los peregrinos medievales recorrían el Camino de Santiago
siguiendo el curso de las estrellas. Y ese fue también el sueño de los pioneros
cuando cruzaron los mares. Llevaban en su memoria: oscuridades, injusticias,
ideales, promesas, esperanzas y el recuerdo doliente de los sueños difíciles.
Emigraban, llevando a sus hijos en brazos. Pero escondían en su corazón el
tesoro que acompaña siempre a los peregrinos y emigrantes: una fe poderosa.
Siento aún esperanza y fe cuando los emigrantes africanos,
latinoamericanos o asiáticos llegan hoy a nuestra vieja Europa pensando que
aquí hemos guardado el espíritu de la libertad. La doctrina capitalista, que
tiene un concepto ruin del ser humano, está convencida de que estos muchachos
–a veces niños- vienen al primer mundo buscando sólo el paraíso material del
dinero. Pero tengo razones para pensar que muchos de ellos vienen a buscar en
Europa algo más serio, verdadero y profundo: un mundo que ha cometido todos los
errores y crímenes imaginables pero que también ha dado mujeres y hombres que
han trabajado por preservar la dignidad y los derechos de nuestra especie; un
mundo donde se ha luchado y hay quien lucha, todavía, por la libertad, la
justicia, la fe y la cultura.
He conocido en muchas partes a hombres como éstos que han
hecho desde su infancia experiencias terribles: la persecución racial, la
discriminación, la guerra o el terror de dictadores sanguinarios. Ahora, cuando
los encuentro en Europa, sé reconocer en sus ojos el polvo de los desiertos
africanos y la nube de color índigo de las muchachas fulbé que, en mi
juventud, he visto caminar por las tierras del sol del Níger –junto a sus
rebaños de cebúes negros- con sus calabazas de leche sobre la cabeza. Estos
jóvenes nos traen la memoria de los atardeceres en los grandes lagos, el
griterío alegre de los niños de Ecuador que se hacen balsas con la madera de los
árboles de sus bosques, el terror de los mares que atravesaron en frágiles
embarcaciones… Y les vemos adentrarse en los suburbios de nuestras ciudades, en
los túneles del metro donde pasan continuamente trenes que los llevan a ninguna
parte, en las calles donde se encienden las luces de neón que anuncian tantas
cosas inútiles para quien creyó que, en nuestros mercados, se vendían la
sabiduría y la libertad.
Ahora ciertos políticos se lamentan de que algunos de estos
muchachos protagonicen escenas de indignación y violencia. ¿Quién ha intentado
explicarles que en la memoria de Europa existe también una fe, una filosofía
para darle sentido a la vida, una forma de organizar la democracia, una
voluntad de progresar indagando? ¿Quién se ha preocupado de explicarles lo que
representa nuestra Plaza Mayor –el lugar que muchos de ellos eligieron como
mercado para vender pañuelos de marcas falsas sobre una manta- y enseñarles que
su instinto no les ha traicionado cuando buscaban el zoco de nuestra cultura?
¿Pero quién les ha dicho que nuestro zoco no fue sólo un lugar de comercio sino
que, ante todo, fue el ágora donde discutíamos las cosas importantes de nuestra
vida? ¿Quién se ha tomado la molestia de explicarles que ser europeo no fue
nunca ser rico? “No se han integrado”, dicen algunos, para explicar que hay que
detener sus desmanes cuando se amotinan. ¿Pero integrarse en qué, dónde, por
qué?
Quiero creer que alguno de estos jóvenes emigrantes a los
que hemos ofrecido sólo una play station, unos jeans, un
televisor, una entrada en un cine de barrio y mil cosas que no hay en los
poblados de África, habrá encontrado en un lugar de nuestras ciudades una calle
que conserva un nombre sagrado para la memoria europea; habrá podido leer en
una página rota de un libro –hay siempre libros en los contenedores de la
basura- que algunos de nuestros maestros vivían en un arrabal como Diógenes o
en una pensión como Kafka, de alquiler y de prestado como Rilke o en ninguna
parte como Rimbaud; o se habrá preguntado a quién veneraban nuestros padres
cuando levantaron una estatua a Mozart, que él ha conocido ya rota y llena de
pintadas; o quién compuso una canción que –aunque no esté escrita en la lengua
de los fulbé- le recuerda la mirada de su madre cuando los dos
caminaban de la mano junto a los cebúes negros.
Ese será mañana un hombre de la memoria europea y nos
contará cuál es el verdadero tesoro de nuestra cultura. Dejadme soñar, que
dentro de medio siglo, uno de esos emigrantes escribirá su autobiografía y
podrá decir que Europa le permitió recuperar el respeto a la memoria, a la
justicia, a la democracia y a la fe, como una reivindicación de la dignidad y
de la libertad humanas. The
dream continues…
I’m the
son of the dream (Homenaje a Martin Luther King)