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Sunday, October 11, 2009

TINTES OTOÑALES (IV)











EL ARCE ROJO

Los arces rojos generalmente empiezan a madurar hacia el 25 de Septiembre. Algunos grandes han estado cambiando llamativamente durante una semana y otros solitarios están muy brillantes. Me fijo en uno pequeño, a media milla atravesando un soto, contra la parte verde del bosque, de un rojo mucho más brillante que las flores de cualquier árbol en verano, y más sobresaliente .He observado este árbol durante varios otoños, cambiando siempre antes que sus compañeros, de la misma forma que un árbol madura su fruta antes que otro. Quizá pudiera servir para marcar la estación. Lo sentiría si fuera talado. Conozco dos o tres árboles semejantes en diferentes lugares de nuestra ciudad, que podrían ser difundidos como maduradores tempranos o árboles de septiembre, y su semilla ofrecida en el mercado, como la de los rábanos, si no importaran tanto como ellos.

Ahora estos follajes ardientes se distribuyen principalmente a lo largo de la linde del soto, o los distingo a lo lejos sobre las colinas, aquí y allá, Algunas veces verás muchos pequeños en una vado, casi color fuego, cuando otros alrededor están todavía completamente verdes, y los primeros parecen mucho más brillantes por ello. Te cogen por sorpresa, cuando vas por un camino, a través de los campos, temprano en esta estación, como si fueran un alegre campamento de los indios, u otros pobladores del bosque, de cuya llegada no hubieras tenido noticia.

Algunos solitarios, de un rojo completamente escarlata, vistos contra otros de su especie todavía verdes y frescos, o contra los peremnifolios, son más memorables que los grupos completos por ahí. Qué bello cuando un árbol es como una fruta escarlata llena de jugos maduros, cada hoja, desde la rama más baja hasta el brote cimero, toda iluminada, especialmente si miras hacia el sol. Qué objeto más destacable puede haber ahí en el paisaje. Visible a millas de distancia, demasiado honesto para ser creído. Si tal fenómeno ocurriera una sola vez, sería traído por la tradición a la posteridad, y entraría al fin en la mitología.

El árbol entero que madura antes que sus compañeros logra una preeminencia singular y algunas veces la mantiene por una semana o dos. Me estremezco ante su visión, usando su estandarte escarlata para el regimiento de pobladores verdes de alrededor, y voy media milla fuera de mi ruta para examinarlo. Un solo árbol se convierte entonces en la corona de la belleza de algún valle en el soto, y la expresión de todo el bosque alrededor es inmediatamente más viva por ello.

Un pequeño arce rojo ha crecido, quizás, lejos en el comienzo de algún valle retirado, a un amilla de cualquier camino, inobservado. Ha cumplido fielmente las obligaciones de un arce allí, en invierno y en verano, no descuidado ninguna de sus economías, y crecido a la altura de la virtud propia de su especie, por un crecimiento continuo durante tantos meses, sin haberse movido de lugar, y está más próximo al cielo que lo que lo estuvo en primavera. Ha recolectado fielmente su savia, y proporcionado refugio al pájaro errante, hace tiempo que maduró sus semillas y las confío a los vientos, y tiene quizás la satisfacción de saber que un millar de pequeños arces bien formados se ha establecido en la vida en algún lugar.

Bien merece el señorío arce. Sus hojas le han estado preguntando de vez en cuando, con un suspiro, ¿cuándo enrojeceremos?. Y ahora, en este mes de Septiembre, el mes del viaje, cuando los hombres se apresuran al mar, o a las montañas, o los lagos, este arce modesto, sin moverse una pulgada, viaja en su reputación, despliega su bandera escarlata sobre aquel lado de la colina, que muestra que ha finalizado su trabajo veraniego antes que todos los demás árboles, y se retira de la batalla. En la hora undécima del año, el árbol que ningún escrutinio podría haber detectado aquí cuando más trabajaba es, ahora, por el tiente de su madurez, por sus verdaderos destellos, revelado al fin al viajero lejano y descuidado, conduciendo sus pensamientos lejos de su camino polvoriento y hacia las soledades valientes que él puebla. Destella con toda la virtud y belleza de un arce-arce “rubrum”. Ahora podemos leer su título, o rúbrica, claramente. Sus virtudes, no sus pecados, son como escarlata.

A pesar de que el arce rojo es el más intensamente escarlata de cualquiera de nuestros árboles, el arce-saccharum ha sido el más celebrado, y Michaux, en sus “Sylva”, no habla del color otoñal del primero. Es hacia el dos de octubre, cuando estos árboles, tanto los grandes como los pequeños, están más brillantes, aunque muchos permanecen todavía verdes. En terreno joven parecen competir unos con otros, y siempre alguno en la mitad del conjunto será de un escarlata peculiarmente puro, y por este color intenso atraerá nuestra vista en al distancia, llevándose la palma. Una hondonada grande con arces rojos, en el cénit de su cambio, es la cosa más claramente brillante de todas las cosas tangibles, donde yo vivo, tan abundante es este árbol con nosotros. Varía mucho en forma y color.

Muchos son meramente amarillos, otros escarlatas, otros escarlata tornando hacia fuego, más rojos que lo habitual. Mira esta hondonada de arces mezclada con pinos, en la base de una colina de pinos, a un cuarto de milla, para que puedas conseguir el pleno efecto de los colores brillantes, sin detectar las imperfecciones de las hojas, y ve sus llamas amarillas, escarlata, fuego, de todas las tonalidades, mezcladas y contrastadas con el verde.

Algunos arces están verdes todavía, solamente amarillos o fuego en los extremos de sus masas, como los extremos salientes de un avellano ; algunos están completamente escarlatas, radiando regular y finamente en todas direcciones, bilateralmente, como las nervaduras de una hoja; otros de forma más irregular, cuando giro mi cabeza ligeramente, vaciando algo de su terrosidad y ocultando su tronco, parecen descansar pesadamente, como nubes amarillas y escarlatas, anillo sobre anillo, o como ventisqueros moviéndose por el aire, estratificados por el viento. Aumenta mucho la belleza de tal hondonada en esta estación, el que, incluso aunque no haya otros árboles intercalados, no sea vista como una simple masa de color, sino como diferentes árboles de diferentes colores y tonalidades, cada copa distintamente destacada y donde una sigue a otra. Aun así un pintor a duras penas se atrevería a considerarlos tan distintos a un cuarto de milla de distancia.

Cuando voy a través de un soto hacia una elevación del terreno esta tarde brillante, veo, a cincuenta cuerdas hacia el sol, la copa de una hondonada de arces apareciendo justo sobre el brillante extremo pardo rojizo de la colina, una línea de en apariencia 20 cuerdas de largo por 10 pies de profundo, del más intensamente brillante escarlata, naranja y amarillo, igual a cualquier flor o fruto, o a cualesquiera tintes siempre pintados. A medida que avanzo, descendiendo el extremo de la colina que hace de firme trasfondo o encuadre más bajo de la vista, la profundidad del brillante bosque se incrementa continuamente, sugiriendo que la totalidad del valle circundado está repleta de tal color. Uno se maravilla de que los recaudadores y padres de la ciudad no estén fuera para ver lo que los árboles dicen con sus altos colores y exhuberancia de espíritus, teniendo que algún contratiempo se esté fraguando. No veo lo que los Puritanos hicieron en esta estación cuando los arces se vistieron de escarlata. Ciertamente ellos, entonces, no habrían podido rezar en los bosques. Quizás por ello construyeron edificios para congregarse y los vallaron alrededor con establos para caballos.

HDT


(Traducción Guillermo Ruiz)


1 comment:

Soledad said...

Me encanta. Ese hombre cambió mi vida.