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Sunday, December 16, 2018

27-08-2018: TODNAUBERG HÜTTE









Caminado hasta la cabaña de Todnauberg en la hermosa paz de la tarde estival. Intentado explicar a mis acompañantes-y a mí mismo- la “intención” de su morador y uno de sus resultados. Recordado sin deliberación  a Varlam Shalamov (“He sabido que el mundo no se ha de dividir entre buenos y malos, sino entre cobardes y no cobardes”) y también a Paul Celan (vinculado al lugar por el poema de su visita), Jean Amery y Primo Levi, unidos por el destino de los campos y, salvo Shalamov, del suicidio.

Reconfortado por la indisolubilidad de la unión y la compañía que perduran para siempre y  a las que se refiere Herman Broch en el texto reproducido a continuación:

Que tus ojos descansen siempre en mí. Estas habían sido las últimas palabras de Octaviano, así o parecidas habían sonado, así seguían sonando todavía, habían quedado aquí, presentes todavía en la estancia, flotando todavía en ella, imperecederas en su unión con el que había desaparecido, imperecederas de pura plenitud de sentido. Imperecedera era la unión  pero Octaviano se había ido…¿Por qué?...¿por qué se había ido?..., ¿por qué se había ido Plocia? Ay, se habían ido como tantos otros, desapareciendo en sus propios destinos, desapareciendo en sus ocupaciones, en su envejecimiento, en sus crecientes cansancios, en su encanecer y en sus senilidades, desapareciendo en un palidecer del que no llega ya ninguna voz, y a pesar de ello habían quedado los puentes invisibles, que, antaño y sin embargo como para siempre, habían llevado a ellos, habían quedado las invisibles cadenas que una vez, y sin embargo como para siempre, le habían vinculado a ellos, los puentes invisibles de laurel, los invisibles encadenamientos de plata; había quedado la indisolubilidad de la unión, construida y forjada para siempre, uniendo y alcanzando más allá…¿Hasta dónde?, ¿a una invisible nada? No, lo invisible que le aguardaba allí, en la otra orilla, no era una nada, no, a pesar de su invisibilidad era un ser real, era como siempre Octaviano, era como siempre Plocia, sólo que ellos, y era muy extraño, habían borrado sin dejar rastro su nombre y su figura física. Oh, profundamente, muy profundamente en nosotros, inalcanzable a nuestra decadencia corporal, intacto por la pérdida de nuestros sentido, protegido de cualquier alteración, protegido en regiones ignotas de nuestro yo, de nuestro corazón, de nuestra alma, está el conocimiento, inescrutable para sí mismo, inevocable, inhallable, irreconocible, y busca el conocimiento simétrico en alma ajena, en corazón ajeno, en ajena profundidad de lo invisible, busca su propio reflejo en el ajeno conocimiento que es lo simétrico, allí trata de invocarlo, para que se le torne visible, constante por toda la eternidad, eterno el puente, eterna la tendida cadena, eterno el encuentro, a través de todas las mutaciones, pues solamente en el encuentro reposa la plenitud de sentido de la palabra, el cumplimiento del sentido del mundo, conocimiento conocido en el eco: visible a pesar de los párpados cerrados, visible en su plenitud de sentido se hallaba fuera lo inmenso, lejano, dorado como un soplo, dorado como vino en el resplandor inmóvilmente tembloroso del asoleado mediodía sobre los techos rojizos de la ciudad, con sus franjas negras, sucios y ruinosos; visible era e invisible al mismo tiempo, un espejo, esperando reflejo, esperando hacia la palabra que se cierne, hacia el conocimiento, que, si bien aún por revelar, estaba ya en la habitación, anunciando el futuro, facilidad que no será perjurio, participación que radicará en el verdadero saber, belleza que puede volver a vivir en la ley, en la ley del dios desconocido, defensor del juramento; y luego, sí, luego se desprendieron del alféizar algunas palomas con un aleteo inflado, presuntuoso y volaron altas, centelleando sus plumas en la luz azul del sol, hundiéndose allá arriba en la inmensa canícula febril de la hora; así se hundieron elevándose en el círculo de la mirada y hundiéndose desaparecieron ante ella. “¡Oh, que tus ojos descansen siempre en mí!”

(Herman Broch, La muerte de Virgilio (Der Tod des Vergil. 1958 by Rhein Verlag A.G., ZURICH). Alianza Editorial, S.A. 1998. Versión de J. M. Ripalda sobre traducción de A. Gegrori, páginas 550-552).

(“El autor huyó de Alemania en 1938 completamente sin recursos. Durante su permanencia en Inglaterra, le fue facilitada la continuación de su trabajo en La Muerte de Virgilio por la asistencia recibida del P.E.N. Club de Londres; lo mismo ocurrió después de su llegada a América, por la ayuda de la “Fundación Americana para la Libertad Cultural Alemana” de Nueva Cork, así como del “Trust Oberlaender” de Filadelfia; la terminación real de la obra se realizó gracias a una beca  de la “John Simon Guggenheim Memorial Foundation”


Así como el ayer y los tiempos históricos son pasado, así como el trabajo de hoy está presente, así también algunas perspectivas del alejamiento y semiexperiencia de la vida en la naturaleza son, en el tiempo, un verdadero futuro, o mejor están fuera de su discurrir, peremnes, juveniles, divinas, en el viento y la lluvia que nunca mueren.

HDT

(Concord River, en la obra “A week on the Concord and Merrimack Rivers”.Traducción Guillermo Ruiz)

(Aquí el 20 de junio de 2006)

Cualquier paisaje sería glorioso para mí, si tuviera la certeza de que su cielo fue el arco de un solo héroe
HDT
(Diario 26 de septiembre de 1851)

Localizado después en la red el trabajo de Antonio Lastra (Traductor de Walden al castellano):

"Wald(was) en Thoreau, Heidegger, Celan."

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1 comment:

Manuel R said...

Concord river, great memories.