¿QUE MUSICA TENDREMOS? (II)
Cada nota que oigo más melódica
me trae este reproche,
que solo presta el oído,
quien debería ser la música.
El hombre valiente es el único patrón de la música.La reconoce como su lengua materna.Una lengua más dulce y articulada que las palabras, en comparción con la cual el habla es reciente y transitoria.Ella es su voz.Su lenguaje debe tener la misma cadencia y majestad de movimiento que la que la filosofía atribuye a las esferas celestes.El flujo sereno de su pensamiento transforma el tiempo en música.El universo cae en ella y marcha al unísono, cuando antes seguía su curso solo y disonante.Aquí son la poesía y el canto.Cuando la valentía creció temerosa y fue a la guerra , se llevó a la música consigo.El alma todavía se deleitaba al oir el eco de su propia voz. Especialmente,el soldado insiste en el acuerdo y la armonía siempre.Para asegurarlos él se pone al margen.De hecho, es esta camaradería bélica la que la hace noble y heroica.Fue el oscuro sentimiento de una amistad para el alma mas pura que el mundo ha visto, lo que dio a Europa una era de lucha.La guerra no es sino la necesidad de la paz.Si el soldado marcha al fondo de una ciudad, debe ser precedido por el tambor y la trompeta, qie identifican su causa con el acorde universal.Todas las cosas devuelven entonces el eco de su propio espíritu, y el territorio hostil es tomado previamente por él.No se encuentra aislado sino infinitamente vinculado y familiar.La llamada a filas pronuncia para él todas las fuerzas de la naturaleza.
Hay tanta música en el mundo como virtud.En un mundo de paz y amor la música sería el lenguaje universal y los hombres se darían las gracias en los campos con dicho canto, como Bethoven ahora suena en raros intervalos desde la distancia.Todas las cosas obedecen a la música de la misma manera que obedecen a la virtud.Es el heraldo de la virtud.Es la voz de Dios.En ella están las fuerzas centrípetas y centrífugas.El universo solo necesitó oir una melodía divina, que cada estrella ocupara su propio lugar, y asumiera su verdadera esfericidad.Ella produce una abundancia arrolladora sobre la cosa más ruin, cabalgado sublime sobre la cabeza de los sabios, y suavizando el polvo de la filosofía.Cuando la escuchamos somos tan sabios que no necesitamos conocer.Todos los sonidos, y más que todo, el silencio, es flauta y tambor para nosotros.El mínimo crepitar despierta todos nuestros sentidos y emite una luz trémula, como la aurora boreal, sobre las cosas.Como la pulimentación descubre la vena en el mármol, y la veta en la madera, la música arroja fuera lo que heroico yace en cualquier lugar.Es tanto un sedante como un tónico para el espititu.Leo que "Platón piensa que los dioses nunca dieron la música a los hombres, la ciencia de la melodía y la armonía, para su mera delectación o la complacencia del oído, sino para que las partes discordantes de las circulaciones y bella fábrica del espíritu, y aquella parte que ronda por el cuerpo, que muchas veces por apetito de tono y aire irrumpen con muchas extravagancias y excesos, pudieran ser dulcemente reconducidas y sabiamente recompuestas a su equilibrio y acorde previos".
Un repentino estampido de un cuerno nos conmociona como si hubiéramos provocado a una bestia salvaje.Admiramos su irreflexión, que se arriega a despertar los ecos que luego no pueden ser calmados.El sonido de una trompeta en la calma de la noche envía su voz a las lejanas estrellas y las dirige a un nuevo orden y armonía.Al instante encuentra un conjunto que resuena en los cielos.Las notas destellan en el horizonte como el rayo, acelerando el pulso de la creación.El cielo dice: ahora esta es mi propia tierra.
Para el espíritu sensitivo el universo tiene fijados su propia medida y ritmo, que es también su medida y constituye la regularidad y salud de su pulso.Cuando el cuerpo marcha con la medida del alma entonces halla su verdadero coraje y fuerza invencible.
El cobarde reduciría esta encantadora música esférica a un lamento universal, este canto melódico a un canto nasal.El piensa conciliar todas las influencias hostiles forzando a sus vecinos a un acuerdo parcial, pero su música no es mejor que un entrechocamiento metálico y discordante que vuelve regularmente.El sopla un débil aire de una melodía pobre, porque la naturaleza no puede tener la misma simpatía con su espíritu que aquella que tiene con la melodía alegre en sí misma.Por ello no oye ningúna nota acorde en el universo, y es un cobarde, es decir un hombre que conscientemente se ha puesto al margen y ha desertado.Pero el hombre valiente, sin tambor ni trompeta, fuerza el acuerdo en cualquier sitio por la universalidad y eufonía de su espíritu.
No se le permita al que tiene fe temer que no tiene oído para la más cambiante y escondida armonía de la creación, si está despierto a la más mínima medida de la virtud y la verdad.Si su pulso no golpea al unísono con los acordes y repeticiones del músio, tiene sincronía con el latido del pulso de las edades.
La vida de un hombre debería ser una marcha decidida a una música no oída y, cuando a sus compañeros les parece irregular y no armónica, el estará caminando a una medida más viva, que solo su mejor oído puede detectar.Nunca habrá un alto, sino a lo sumo la marcha a su puesto, o una pausa tal que es más rica que cualquier sonido, cuando la melodía más profunda no sea oída, sino implícitamente abrazada con toda su fuerza y todo su ser.Nunca dará un paso en falso, incluso en las circunstancias más arduas, porque entonces la música no fallará en sonar con el volumen y distinción necesarios para regir el movimiento que ella acompaña.
Henry David Thoreau
escribió "The Service" en 1840 y lo remitió a "The Dial" para su publicación.Fue rechazado por Margaret Fuller y no fue publicado en vida de Thoreau.Esta traducción sigue la versión inglesa publicada por The Library of America (Thoreau Collected Essays and Poems)
(Traducción de Guillermo Ruiz)
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