"WHICH ONE?"
MÁS VENGANZA TARDÍA ("SPÄTE RACHE")
No sé por qué no puedo dejar de citar, especialmente cuando la cosa se vuelve peligrosa. Puede ser una carencia de fantasía, cuando la muerte está próxima también una blasfemia.A los dioses no les gusta.Temen que uno de nosotros pueda sentarse a su mesa.Eso me
queda lejos, pero vivo con más fuerza en los libros que en nuestra deplorable
realidad. Allá donde se ha conseguido algo con palabras, imágenes o melodías,
se me queda grabado. Regresa en remolinos cuando preciso de apoyo o incluso sólo
de consuelo.A lo mejor hay un impulso de tomar una joya con la mano, cuando el
ocaso amenaza. Es también un óbolo.
(Pasados los setenta IV, traducción de Isabel Hernández
González)
En medio de aquella confusión empecé a acalorarme y noté que
me excitaba cada vez más.Y entonces surgió en mi espíritu, como en muchas otras
ocasiones parecidas, la efigie de mi viejo maestro de armas, Van Kerkhoven: un
pequeño flamenco de barba roja que me enseñó la instrucción en la infantería (…)
También me recalcó que, en los momentos del combate en que se propaga el
terror, había que mantener estirado el dedo índice y aspirar aire con
calma.Pues decía que el más fuerte es el que ha respirado bien”
(…)
Tanto los que cultivaban los campos como los que cultivaban
la palabra consideraban como su modelo la antigua sentencia que dice. “los
dioses no dan gratis las cosa mejores”.
(…)
Se decía que el padre Lampros descendía de un antiguo linaje
de Burgundia, pero él nunca hablaba del pasado.Del tiempo que vivió en el mundo
conservaba un anillo de sello en cuya roja cornalina estaba grabada el ala de
un grifo; debajo aparecía la divisa de su escudo de armas: “Mi paciencia tiene
causa”.También en esa divisa se delataban los dos polos de su ser; la modestia
y el orgullo.
("Sobre los acantilados de mármol", traducción de Andrés
Sánchez Pascual)
(Fotografía Londres 2014, centenario inicio Primera Guerra Mundial)
(Fotografía Londres 2014, centenario inicio Primera Guerra Mundial)
Toda rendición de armas es también un acto irreparable, que
afecta a la fuerza primordial del combatiente.Y así, yo estoy convencido de que
también queda afectado su lenguaje (…) claro que esto es algo que únicamente
vale para los humanos que saben qué es lo que se ventila en la tierra.
(Laon, 12 de junio de 1940)
También fue un mal síntoma que la confusión se propagase a
los honores rendidos a los difuntos.El estamento de los poetas había gozado
siempre de gran fama en la Marina.Se los tenía por donantes libres y el don de
hacer versos era visto como la fuente de la plenitud.Que florecieran y dieran
fruto las vides, que prosperaran los hombres y las bestias; que se disipasen
los malos vientos y en los corazones habitase la alegre concordia: todas estas
cosas se atribuían a la eufonía que vive en los poemas y en los cantos. Hasta el
más pequeño de los viñadores estaba convencido de ello y también lo estaba de
que la eufonía alberga en sí la fuerza salvadora.
("Sobre los acantilados de mármol", traducción de Andrés
Sánchez Pascual, página 63)
Vimos como los elementos devoraban la cosecha de muchos años
de trabajo; también nuestra obra se hundía en el polvo, junto con la casa.Pero
en la Tierra no no es lícito contar con terminar nada, y afortunado puede ser
llamado el hombre cuya voluntad no vive con demasiado dolor en sus afanes.No se
edifica ninguna casa ni se crea ningún plan en que no figure como primera
piedra su ruina, y lo que en nosotros vimos de imperecedero no es en nuestras
obras donde reside. Eso fue lo que aquella llama nos hizo ver con claridad;
("Sobre los acantilados de mármol", traducción de Andrés
Sánchez Pascual, páginas 165-166)
Hace unos días en el archivo de un hombre recientemente
fallecido, aparecieron cartas escritas por Adolf Hitler y su sombra, Rudolf
Hess. Son cartas fechadas en los tiempos más sombríos de Europa.En una de ellas,
Hitler honra a este hombre calificándolo como gran literato.Otra carta prepara
una visita de Hitler a la casa de este hombre.Otra le invita a participar en el
congreso de los nazis en Nuremberg.
El hombre al que Hitler escribió se llamaba Ernst Jünger.
(…)
Durante tantos años, Jünger conservó las cartas de Hitler. ¿Las
guardó sin leerlas? ¿Las leyó una vez y las escondió en el último rincón de su
archivo? ¿Las leyó cada día de su vida? ¿Cómo se vive cuando uno ha sido besado
por el diablo?
(Juan Mayorga, "El viejo más bello del mundo" (1999), en Elipses)
Aun me gustar leer los diarios de Jünger, me siguen
fascinando e irritando al mismo tiempo, por ejemplo cuando el autor sostiene
que en la sublevación del gueto de Varsovia un numeroso grupo de soldados
alemanes luchó en el bando judío, cosa que por desgracia no confirma ninguna
fuente histórica, o cuando, cincuenta años más tarde, exhortado por un lector a
verificar esta información, el entonces ya centenario escritor repite
obstinadamente que la oyó de una persona recién llegada del Este. ¿Son el mío y
el suyo el mismo París?”
(Adam Zagajewski, Una leve exageración, Traducción Anna Rubió
Rodón y Jerzy Slawomirski)
Sin duda, cualquier superviviente es un culpable: "me inclino ante los caídos" es el inicio del discurso de Verdún (1979)
Pero ¿rindió con su vida también sus armas y su lenguaje?
Te sorprenden por ello las palabras de Mayorga.
El poder corteja
siempre a todo lo que considera útil (Ver la introducción a “Sobre los acantilados
de mármol” de Andrés Sánchez Pacual).Se nutre de ello y su verdadera sustancia es la
carne y la sangre de la legión de los seducidos.¿Qué "sospecha" por tanto en haber recibido el intento de
seducción de cualquier poder?. En “Sobre los acantilados de mármol (1939), Jünger
pone estas palabras en boca de Braquemart (“todos los rasgos del nihilismo tardío”):
“Como todos
sus iguales, concebía la Vida como un mecanismo de relojería y veía en la
violencia y el terror las ruedas que lo movían (…) al verlo no podía uno dejar
de pensar en la profunda sentencia de su maestro: “El desierto crece; ay de
aquel que alberga desiertos” (…) En este aspecto le era superior el
Guardabosque Mayor, el cual llevaba puesto el poder como una buena y vieja
chaqueta de caza; ésta se torna cada vez más cómoda a medida que con mayor
frecuencia va impregnándose de barro y de sangre (…) Mas de lo que aquí se
trataba era de ganar la vida excelsa, la libertad y la dignidad del hombre. Ciertamente
Braquemart consideraba que tales planes eran pura filfa, pues lo que él se
proponía era pagar al Viejo con la misma moneda.Se había perdido el respeto a sí
mismo. Y con ello es con lo que comienzan todas las desgracias entre los
humanos”
Las cartas son, por tanto, al contrario, un resto sin especial valor -pero con valor- de la
posibilidad de triunfo de un individuo sobre un poder que imperó –como cualquier
otro- por la seducción y la fuerza, pero lo contrario de una rendición de armas
o un acto irreparable que afecta a la fuerza primordial del combatiente. Uno no
elige a quien intenta seducirle, sino cuando efectivamente lo sedujo: “mi
paciencia tiene causa”.
Quizás Mayorga dude porque dicha fuerza primordial-y por
ello, en principio,sin “bando”- es vista hoy siempre como una tacha, salvo cuando cuenta con
la bendición –y seducción- de algún poder que distribuye gratis patentes para todo.
No recuerdas haber leído la cita del gueto de Varsovia. Debe
ser cierto lo que dice Zagajewski. Y, de ser así, la traición (aun en el papel
y el deseo) de una solidaridad imposible y desmentida.
La obra “La paz” del autor tiene la siguiente dedicatoria y
explicación:
"Para mi
querido hijo Ernst Jünger. Nacido el 1 de mayo de 1926.Caído en acción de guerra
el 29 de noviembre de 1944 en las cercanías de Carrara
Bosquejado en 1941.Difundido en copias a mano y a máquina desde
1944.Impreso por primera vez en 1945"
Y la citada obra concluye así:
“Pues la
auténtica lucha en la que nos hallamos empeñados se libra de un modo cada vez más
claro entre los poderes de la aniquilación y los poderes de la vida”
La paz, todo parece indicarlo ahora, podría no ser duradera.
“A lo mejor hay un impulso de tomar una joya con la mano,
cuando el ocaso amenaza. Es también un óbolo”
Todo nos parece que indica que la persona singular habría
mantenido la promesa hecha a sí misma:
“De cada una de las horas fluyen así dulzuras y amarguras.Y
mientras yo me inclinaba hacia los cálices cubiertos de rocío, de la linde de
los lejanos bosques llegó el primer grito del cuclillo”
“Y aunque la tierra estalle como un proyectil,
Fuego y calor blanco es nuestra metamorfosis”
En las cartas no contestadas (¿qué mayor afrenta puede recibir cualquier poder?), en el pecho, en cualquier gueto, en nuestra íntima y última
morada.
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