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Tuesday, November 21, 2023

SAN SATURIO, SAN PRUDENCIO Y LA GENTE VULGAR ("EL CANARIO")

 «¿Qué hace un autor con la gente vulgar, absolutamente vulgar, cómo ponerla ante sus lectores y cómo volverla interesante? Es imposible dejarla siempre fuera de la ficción, pues la gente vulgar es en todos los momentos la llave y el punto esencial en la cadena de asuntos humanos; si la suprimimos se pierde toda probabilidad de verdad»

Es imposible dejar a la "gente vulgar" fuera de la ficción. Y también es imposible dejarla fuera de la no ficción.

La llave y el punto esencial en la cadena ...

El Santero de San Saturio no es "ficción".

"El popular Canario, a quien me refiero, tenía muy mala traza de pícaro, con su visera y su barba blanca de filósofo riberesco; con los cachitos de alabastro que sobraban a los marmolistas del cementerio, tallaba pequeñas estatuitas del señor San Saturio, no poco paganizadas y con aire de idolillo gentil; iconos con que hacía algunos cuartos. Ganaba otros haciendo de camarero en un prostíbulo, y aun sirviendo de modelo vivo para postales pornográficas, las cuales pienso no serían excitantes ni lascivas; que con la propia Venus Anadiomena por pareja, bastarían las barbas del Canario, el popular Canario, para estomagar y apartar deseos impuros.


Aclararé que no había tales venus, pues su manceba era un rejalgar, de puro flaca, agria, vinosa y llena de liendres, remellada y bigotuda, bachillera de lenocinios y licenciada en artes de sábado negro. Llevaban muchos años amándose muy tiernamente y amando al vino, y renegando, y tirándose uñadas. Hasta que llegó el caso que deseo referir. Y fue que la manceba cayó enferma de grave mal y la llevaron al hospital. En cuanto su cuerpo tocó sábanas limpias, dijo que no las podía sufrir, que se moría, que se moría y que se moría. Y, con efecto, a los tres días se incorporó un poco, pidió aguardiente, y como las monjas se lo negaron, dijo, con muchísimo sentimiento:


—¡Ay!, ¡ay! —y falleció.


Con que, unas horas más tarde, el popular Canario acertó a pasar por el hospital, y, movido de sus buenos sentimientos, preguntó a la hermana portera sobre cómo seguía la mujer, y que si tenía mejora. Respondiéronle que mejora la tenía grandísima, pues estaba difunta, y en cuanto le arreglaron un poco la jeta y le peinaron las greñas, pareció tener mejor semblante y mejor aire del que había tenido en toda su vida. Que la habían llevado al depósito de cadáveres y que le acompañaban en el sentimiento.


Ocurre que el depósito de cadáveres del hospital queda entre éste y la huerta de San Francisco, con puerta frente a los altos de la Dehesa. El popular Canario llegóse hasta dicha puerta y aplicó los ojuelos al de la cerradura. Quería cerciorarse del óbito de su bruja, y no le cupo duda, pues aunque el cuerpo estuviera bien tapado con una sábana limpia de las que odiaba la interfecta, por los juanetes de los pies y por cierta llaga maligna de una pata, conoció el fin de la compañera de su vida. Y aquí viene la reacción ante la muerte de este filósofo cínico; el popular Canario, efectuada la identificación, sin moverse de ante la puerta, se bajó las bragas, se acuclilló, y estercoló el césped. Para mayor contraste con el escarnio a la muerta, unos jilguerillos de la huerta comenzaron a piar alegres sones. Acabó el popular Canario su rito, se atacó las calzas y se marchó. Pocos supimos del nefando hecho, y por eso conviene publicarlo, para conocimiento y admiración de propios y extraños.


Porque si deseamos saber las reacciones de los sorianos ante la muerte, ésta del popular Canario, aun resultando tan insólita, excepcional y atrevida, tan espantosamente audaz, significa un refinamiento de amargura cínica propia de pueblos nada primitivos, sino muy viejos, muy instruidos en el dolor, doctorados en la magia más sabia del simbolismo, lo que les permite utilizar la burla como dialéctica infalible, y el desprecio como coraza. Pienso si nuestro héroe no habría intuido las mejores esencias del existencialismo para guía de su conducta y consuelo de su miseria.


No trato de deducir, en mi pueblo, toda una escuela de filosofía supercínica amparada por la singularísima befa que narré; pero, como interesa conocer las reacciones de los sorianos ante la muerte, era imprescindible su anotación. La propia y escalofriante ausencia de emotividad en el popular Canario es típicamente soriana."

(José Antonio Gaya-Nuño)





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