MEMORIA RESPIRATORIA (I)(SÁNDOR MÁRAI)
“El 23 de junio de 1941, dos
días antes de que Budapest y el país emprendieran su camino hacia la perdición,
Mólotov mandó llamar al embajador húngaro en Moscú. Mólotov le habló de forma
amistosa y muy serio. En un tono cordial que los portavoces de una gran
potencia no suelen emplear con representantes de naciones pequeñas, expuso sus
preocupaciones y consideraciones. Dijo que según las últimas noticias, Alemania
iba a atacar a la Unión Soviética en las horas siguientes (…) Ahora que
Alemania se disponía a atacar a la Unión Soviética, él, Mólotov, solicitaba al
embajador húngaro que advirtiera a su gobierno de que a Hungría le convenía
permanecer neutral, porque el Gobierno soviético no tenía reivindicación alguna
que afectará a Hungría.
Kristóffy contestó que, si bien
la presión alemana amenazaba con precipitar una ruptura de las relaciones entre
ambos países, él confiaba en la neutralidad de Hungría.
(…)
Se enviaron los telegramas, el embajador
húngaro comunicó al Gobierno la advertencia de Mólotov y recomendó la
neutralidad.
Dos días después, Hungría
declaró la guerra a la Unión Soviética. Cuando Kristóffy, su familia y los
miembros de la embajada lograron a duras penas volver a Hungría, el embajador
se presentó ante Bárdossy, que lo recibió turbado y locuaz (…) el embajador le
lanzó sin rodeos la pregunta: “ László, ¿has recibido mis telegramas” Bardossy
contestó sin inmutarse: “No”. (…) Tras la entrevista, el embajador fue
directamente al departamento de criptografía –aunque el protocolo no lo
autorizaba a hacerlo-y comprobó que todos los cables con la advertencia de
Mólotov mandados por la línea de Ankara habían llegado a tiempo. Bárdossy le
había mentido. Entonces los acontecimientos se sucedieron con rapidez y una vez
más con “lógica”.
(…)
Para entonces Bárdossy ya no era
primer ministro, la tempestad política desatada por la extrema derecha había
barrido al gobernante “burgués” y “distinguido”.
(…)
Como ese “no podía actuar de
otro modo” se confundía con el destino de toda la nación, vale la pena examinar
el acto de Bárdossy desde el punto de vista de qué habría sucedido si esa trágica
mañana de junio el primer ministro y el regente se hubieran negado a la petición
de los alemanes y no hubieran declarado la guerra a la Unión Soviética.
(…)
De todos modos en ese caso
quedaría un excedente moral en la balanza del pueblo húngaro: el no haber
participado en la guerra por voluntad constitucional, sino obedeciendo a la
extorsión alemana. En realidad, sin embargo, ese excedente moral no habría
cambiado el destino de Hungría: en virtud de los acuerdos de Yalta y Teherán,
tras su victoria (…) los comisarios políticos enviados por la Unión Soviética
habrían convertido Hungría en un país satélite.
(…)
Al enterarme de ello por boca de
un testigo presencial, recordé aquel día, en el restaurante de Buda, cuando la
gente celebraba la declaración de guerra brindando con champán; mi amigo del ministerio
me había contado que poco antes el departamento de prensa de la presidencia del
Gobierno había dado a los periódicos la orden confidencial de que se solo
publicaran fotos que mostraran al primer ministro de perfil”.
(Sándor Márai: Lo que no quise decir. Ediciones
Salamandra 2016, traducción Mária Sziij y J.M. González Trevejo)
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