AMASAR TODO
EL PAN DE VUESTRA VIDA
SOLO ENCENDIMOS
EL FUEGO QUE LO ALIMENTA
PERO ES VUESTRA
LA LEVADURA
QUE LO PRENDE
Y PARTE
Aquel era un pan ajeno, el pan de mi compañero.Este confiaba solo en mí.Al compañero lo pusieron a trabajar en el turno de día y el pan se quedó conmigo en un pequeño cofre ruso de madera (...) En el cofre guardaba el pan, una ración de pan. Si sacudía la caja, el pan se removía en su interior. El cofrecillo se encontraba bajo mi cabeza. No pude dormir mucho. El hombre hambriento duerme mal.Pero yo no dormía justamente porque tenía el pan bajo mi cabeza, un pan ajeno, el pan de mi compañero (...) Miré hacia las literas superiores, allí en un rincón del barracón, alguien dormía o descansaba cubierto por un montón de harapos. Me acosté de nuevo en mi lugar con la firme determinación de dormirme. Conté hasta mil y me levanté de nuevo. Abrí el cofre y saque el pan. Era una ración, un molde de trescientos gramos, frío como un trozo de madera.Me lo acerqué en secreto a la nariz y mi olfato percibió el casi imperceptible olor a pan.Volqué la caja y dejé caer sobre mi palma unas cuantas migas de pan. Me lamía la mano con la lengua y al instante la boca se me llenó de saliva y las migas se fundieron.Dejé de dudar. Pellizqué tres pedazos de pan, pequeños como la uña de un dedo meñique, coloqué el pan en el cofre y me acosté. Desmenuzaba y sorbía las migas de pan. Y me dormí, orgulloso de no haberle robado el pan a mi compañero.
Varlam Shalámov (El pan ajeno (1967), en Relatos de Kolimá, Volumen IV (La resurrección del alerece); traducción de Ricardo San Vicente)
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