Mi punto de vista
económico parte del nivel del suelo. Es un punto de vista descrito a veces como
“agrario”. Ello quiere decir que en la ordenación de la economía de una nación
o comunidad o familia, yo pongo a la naturaleza primero, las economías del uso
del suelo después, la economía de la producción después y la economía del consumidor
a continuación. La base de tal economía sería amplia, las capas sucesivas
estrechándose en el orden de su importancia decreciente.
La primera ley de tal
economía sería la que el agriculturalista Sir Albert Howard llamó “la ley del retorno”.
Esta ley exige que lo que se toma de la naturaleza sea devuelto a ella: el ciclo
de fertilidad debe ser mantenido en rotación continua. El valor primario en
esta economía sería la capacidad de los sistemas naturales y culturales de
renovarse a sí mismos. Una economía auténtica de basaría en recursos
renovables: tierra, agua, salud ecológica. Estos recursos, si deben permanecer
renovándose en su uso humanos, dependerán de recursos culturales que también
deben renovarse: memoria local adecuada, contabilidad verdadera, mantenimiento
continuo, ausencia de despilfarro, y una distribución democrática de las actualmente
escasas habilidades prácticas. Las virtudes económicas serán entonces honestidad,
ahorro, cuidado, buen trabajo, generosidad e (puesto que se trata de una
economía humana y no mecánica) imaginación, de la cual obtenemos compasión. Aquel
valor primario y estas virtudes son esenciales para lo que hemos estado denominando
“sostenibilidad”.
Una economía propiamente ordenada, poniendo la naturaleza primero y el consumo después, comenzaría con la subsistencia o economía familiar y procedería desde allí a la economía de los mercados. Será el medio por el que la gente se proporcionaría a sí misma y a los demás las cosas necesarias para el soporte de la vida; bienes procedentes de la naturaleza y el trabajo humano. Distinguiría entre necesidades y meros deseos, y otorgaría una firme prioridad a las necesidades.
Una economía propia, sobre
todo, designaría ciertas cosa como sin precio. Ello no sería, como ahora, la
falta de precio de cosas que son extremadamente raras o caras, sino que se
referiría a las cosas de valor absoluto, más allá y por encima del precio que
pudiera fijar cualquier mercado. Las cosas de valor absoluto serían la tierra
fértil, el agua y el aire limpio, la salud ecológica y la capacidad de la naturaleza
de renovarse a sí misma en los paisajes económicos. Nuestro precedente cultural
más próximo para la asignación de valor absoluto es bíblico, como en el Salmo
24 ( “La tierra es del Señor, y la riqueza de ella…”) y Levítico 25:23 (”La
Tierra no será vendida para siempre…”).Pero hay precedentes en todas las
sociedades y tradiciones que han entendido la tierra y el mundo como sagrados-
o, hablando prácticamente, como poseyendo un valor suprahumano. La regla de
ausencia de precio impone claramente ciertos límites a la idea de propiedad de
la tierra. Los propietarios disfrutan de ciertos privilegios tradicionales,
necesariamente, en la medida en que la tierra se entrega a su inteligencia y
responsabilidad. Pero ellos deben usar la tierra cono servidores suyos y en
beneficio de lo viviente.
La presente y fracasada
economía actual es justo lo contrario de esta economía, Sobre un período muy
largo, y por medio de un conjunto de prevaricaciones manidas, nuestra economía
se he convertido en una anti-economía, un sistema financiero sin base económica
real y sin virtudes económicas.
Ha invertido el orden económico que pone a la naturaleza primero. Esta economía está basada en el consumo, que finalmente sirve no a los consumidores ordinarios, sino a una pequeña clase de gente extremadamente rica para cuyo enriquecimiento adicional ellos consideran que existe la economía. Para el propósito de su enriquecimiento progresivo, estos plutócratas y grandes corporaciones que les sirven han controlado la economía comprando el poder político. Los gobiernos comprados no actúan en interés de los gobernados y su país; en su lugar actúan como agentes de las corporaciones.
Que esta economía está, o
estuvo, basada en el consumo se revela por los remedios que se proponen ahora
para su fracaso: estimular, gastar, crear empleos. Lo que hay que estimular es
el gasto. El gobierno inyecta en la economía fracasada dinero para ser consumido,
o para ser prestado para el gasto. Si la gente tiene dinero que gastar y deseo
de hacerlo, se incrementará la demanda de productos, creando empleos; la industria
cubrirá la demanda con más productos, que serán comprados, incrementado el dinero
en circulación; la mayor cantidad de dinero incrementará el gasto, que incrementará
la producción- y así hasta que la vieja y fantástica economía del crecimiento ilimitado
se haya “recuperado”.
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