Pero el gasto no es una virtud económica. La miserabilidad tampoco lo es. El ahorro sí. La falta de despilfarro también. Estimular el gasto sin consideración a lo que se compra puede ayudar a la financiación, pero es anti-económico. La financiación, como opuesta a la economía, está siempre dispuesta y ansiosa para confundir deseos y necesidades. Desde un punto de vista financiero, es bueno, incluso patriótico comprar un coche nuevo tanto si lo necesitas como si no. Desde un punto de vista económico, sin embargo, es equivocado comprar cualquier cosa que no necesites. Es antipatriótico también: si amas tu país, no quieres sobrecargarlo con deseos frívolos. Solamente en un sistema financiero, una anti-economía, puede parecer que tenga sentido hablar acerca de “lo que la economía necesita”. En una economía auténtica, preguntarnos por lo que la tierra y le gente necesitan. La gente necesita empleos, obviamente. Pero necesitan empleos al servicio de las comunidades naturales y humanas, no empleos “creados” arbitrariamente que sirvan solamente a la economía.
Desde un punto de vista económico, una sociedad en la que cada escolar “necesita” un ordenador, y cada mayor de 16 años “necesita” un coche, y cada mayor de 18 años “necesita” ir a la universidad está ya falseada y en su camino a la bancarrota.
En una así llamada economía que depende del gasto indiscriminado, la “creación de empleo” a menudo conlleva la habilidad de “crear” nuevas “necesidades”. Últimamente está economía ha sido capaz de crear empleo creando necesidades. Pero ello ha envuelto mucha confusión y un tipo de fraude, porque no da ninguna prioridad a la satisfacción de las necesidades, y no puede distinguir las necesidades de los meros deseos. Nuestra economía, habiendo confundido las necesidades con las mercancías o productos comercializables, deliberadamente reduce el servicio de proporcionar los bienes necesarios a la “venta” o “comercialización” de productos, algunos de los cuales nunca han sido ni serán necesarios para nadie. La gula económica del público se convierte en un recurso económico.
La categoría de cosas vendidas que no son necesarias incluye ahora, incluso, alimentos y fármacos legamente comercializados. Ello requiere el arte (aprendido y enseñado en universidades) de mentir acerca de los productos. Un amigo recuerda a un profesor que dijo que la publicidad es “la manufactura del descontento”. Y así hemos venido a vivir en un mundo en el que cada marca de un analgésico es mejor que cualquier otra, en el que tenemos una “economía de servicios” que no sirve y una “economía de la información” que no distingue lo bueno de lo malo o lo verdadero de lo falso.
El sector productivo de un sistema financiero, que no distingue o puede distinguir entre necesidades y deseos inducidos, llegará sin quererlo a servir los deseos y no las necesidades. Así ha sucedido con nosotros. Si en algún estado de emergencia nuestros fabricantes fueran repentinamente llamados a suministrarnos ciertas necesidades- zapatos, por ejemplo-estaríamos perdidos. “Externalizar” la producción de frivolidades es al menos parcialmente frívolo, externalizar la producción de necesidades es enteramente una locura.
Por lo que se refiere a la economías de la tierra, los economistas académicos y políticos parecen ignorarlas por completo. Durante años, he leído artículos sobre la economía, esperando en vano al autor que tuviera en cuenta la agricultura, la ganadería o la silvicultura. La asunción del experto parece ser que los productos del suelo no son incluidos en la economía hasta después de haber sido tomados al menor coste posible de aquellos que llevaron a cabo el trabajo de su producción, en cuyo momento entran en la economía como materias primas para las industrias de la alimentación, textil, madera y últimamente carburantes. El resultado es inevitable: el sistema industrial no toma ninguna responsabilidad, está desconectado de, y no concernido por, sus recursos naturales y humanos. El resultado ulterior es que estos recursos no son mantenidos sino meramente usados y entonces se convierten en no renovables como los carburantes fósiles.
Por lo que se refiere a la naturaleza, virtualmente nadie- ni el “ecologista” ni muchos menos el economista- considera la naturaleza un recurso económico. La naturaleza, especialmente cuando se ha preocupado de ser espectacular, se entiende que tiene un valor recreativo y estético que es en alguna medida económico. Pero para satisfacer nuestras necesidades de comer, beber, respirar y ser vestidos y alojados, nuestros sistemas industriales y financiero no le conceden ningún reconocimiento, honor o cuidado.
Lejos de asignar un valor absoluto a estas cosas que necesitamos absolutamente, el sistema financiero pone un precio, aunque altamente variable, a cada cosa. Sabemos por experiencia que cada cosa que tiene un precio será antes o después vendida. Y por la acumulación de estadísticas sobre pérdida del suelo, pérdida de tierra, desforestación, sobre explotación del agua, diversidad de contaminaciones, etc, tenemos razones para esperar que cada cosa que sea vendida será arruinada. Cuando todo tiene un precio, y el precio se hace variable sin fin en una economía sin una relación estable con las necesidades o bienes reales, entonces cada cosa es desconectada de la historia, del conocimiento, del respeto, y del afecto- de cualquier cosa que pudiera preservarla- y así resulta implícitamente elegida para ser arruinada.
Los que no has agrada llamar nuestra economía no reconoce ni percibe su absoluta y continua dependencia del mundo natural, de las economías de la tierra, y del trabajo de agricultores, ganaderos y silvicultores- todos los cuales, dada la utilización del conocimiento y precauciones disponibles, serían autorenovables. Al mismo tiempo, con una destacable falta de anticipación o con la falta de visión de lo que ya es actualmente obvio, esta economía se ha hecho absolutamente dependiente de recursos que son por naturaleza no renovables o que se han convertido en no renovables por nuestro despilfarro y nuestra renuncia a cuidarlos y reutilizarlos: carburantes fósiles, metales y otros recursos minerales. Con arreglo a estándares que son completamente absurdos, se ha considerado “demasiado caro” recuperar materiales perfectamente utilizables de viejos edificios, que derribamos o volamos y dispersamos en vertederos, y así convertimos incluso ladrillos y piedras en irrecuperables y sin valor. Debido a una energía y materiales falsamente baratos, tenemos una “burbuja” de casas demasiado grandes para ser calentadas de forma eficiente o barata, o incluso para ser adquiridas.
Usar la tierra agrícola para la producción de “biofuel”, como algunos hacen, suscita inmediatamente la cuestión de si puede ser correcto alguna vez reemplazar la producción de comida cono la producción de carburante. Si este carburante es producido, como la mayoría de nuestra comida en la actualidad, sin el cuidado atento y tierno que la tierra requiere, entonces la tierra se convierte en un recurso no renovable. El biofuel puede ser un producto de la tierra y nuestra tecnología transformadora del mundo, pero es a la vez un producto de la ignorancia y el descuido moral.
Como mercancías, los carburantes fósiles están en una categoría única. A diferencia de otros minerales que (en una economía sensible) pueden reutilizarse, y a diferencia del poder hidroeléctrico que usa el agua y la libera para ser reutilizada, los carburantes fósiles son útiles solo por su destrucción. Son útiles y valiosos solo en el instante en que son quemados.
Para resultar disponibles para su utilidad inmediata, estos carburantes deben ser extraídos o bombeados del suelo. Su extracción ha dañado casi siempre, a menudo de forma irreparable, los lugares y las comunidades humanas de los que se extraen. Para que el carbón alimente los fuegos por los que vivimos, paisajes enteros son destruidos, los bosques y sus suelos y animales son destruidos, las corrientes de agua enterradas, los acuíferos degradados y contaminados, los residuos tóxicos abandonados, las comunidades son degradadas e inundadas por residuos tóxicos o vertidos de acuíferos alterados, la gente es explotada y puesta en peligro, sus casas dañadas, su agua potable contaminada, sus quejas y necesidades son ignoradas. Cuando los carburantes fósiles, extraídos con tal coste para la gente y la naturaleza, son quemados, ellos contaminan la atmósfera mundial, con consecuencias que son temibles, infamantes y duraderas.
En una economía conscientemente responsable, tales abusos serían inconcebibles. No podrían suceder. Dañar o destruir un recurso permanente por una ventaja temporal sería rápidamente percibido como sin sentido con arreglo a cualquier medida práctica y, por la medida de la integridad humana, como insano. Valorar los deseos humanos por encima de todos los recursos naturales y humanos que satisfacen las necesidades humanas, como la ahora economía fracasada ha hecho, es asumir riesgos y desafiar paradojas por las cuales estuvo y está abocada al fracaso. Si perseguimos “crecimiento” sin límites ahora, imponemos límites incluso más estrechos al futuro. Si ponemos el gasto primero, ponemos la solvencia en último lugar. Si ponemos el consumo lo primero, ponemos la salud lo último. Si ponemos el dinero lo primero, ponemos la comida lo último. Si por alguna razón falsa tal como el “crecimiento económico” o la “recuperación económica”, ponemos a la gente y a su confort primero, delante de la naturaleza y las economías de la tierra, entonces la naturaleza antes o después pondrá a la gente en el último lugar.
Pero los carburantes fósiles, que implican destrucción a cambio de producción y de nuevo destrucción como consecuencia de la producción, no son los únicos productos típicos de nuestra anti-economía. También son típicos los productos que sustituyen, a un alto coste, bienes que una vez fueron baratos o gratuitos. El genio de marketing y la venta nos ha dado, por ejemplo, el agua embotellada, por la que pagamos más que por la gasolina, por nuestro miedo perfectamente racional a que nuestra agua no embotellada esté contaminada. El sistema de la industria financiera y el “marketing” hace caja de sus propios vicios y de la ignorancia y gula de un público supuestamente educado. Por la influencia de los vendedores, los ciudadanos y miembros son transformados en ignorantes tomadores. Y así tenemos una economía que no es solo dependiente del fuego y del consumo sino también dependiente de sus ignorantes tomadores.
Para otro ejemplo, consideremos la economía del entretenimiento monetizado. La especie humana, que aparentemente ha sobrevivido al nombre Homo sapiens, tiene 200.000 años de antigüedad. Excepto por los últimos 75 años de su vida más o menos, y con la excepción de sus clases rectoras decadentes, la mayoría de los humanos se ha entretenido a sí mismos recordando y contando historias, cantando, bailando, jugando juegos, e incluso por su trabajo de proveerse de cosas necesarias y bellas, que habitualmente fueron las mismas cosas. Todo el entretenimiento venía libre de cargos, como una especie de sobreabundancia de la naturaleza humana, la cultura local y la vida diaria. Incluso la belleza del buen trabajo y de las cosas bien hechas fue un valor añadido sin cargo adicional. La industria del entretenimiento se ha aplicado sobre esta gran libertad para proporcionar a un alto coste, en dinero pero también en salud y sanidad, un colectivo egregio y sobreremunerado de entretenedores y atletas que cuentan o ejecutan historias cantan, bailan y juegan juegos para nosotros o nos los venden para que consumamos pasivamente sus producciones a menudo degradantes. Lo equivocado aquí puede estar en la raíz de una redundancia inane y costosa. ¿Si tú puedes leer y tener más imaginación que una aldaba, qué necesidad puedes tener de la “película” de una novela?
Esta economía extraña produce, típicamente y en el curso ordinario de sus negocios, productos que son destructivos o fraudulentos o innecesarios o inútiles, o la cuatro cosas a la vez. Otra de sus empresas típicas es destacable por la producción de lo que supongo deberíamos llamar un no-producto, o no-producto sino dinero (en la medida en que esto funcione).El ejemplo más conocido o infamante de una industria financiera sin producto es la práctica de la usura, es decir el préstamo de dinero a un interés exorbitante o (como algunos han dicho) a cualquier interés. En nuestra tradición cultural, como opuesta a los precedentes financieros, la condena de la usura parece unánime.
WB (traducción Guillermo Ruiz)
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