Dejad que los chopos
eleven sus cálices
En un brindis que
conmueva al cielo,
Como miles de
invitados de boda
Que beben jubilosamente
en la fiesta.
Pero en la habitación
del poeta proscrito
Montan la guardia tan
pronto la musa como el temor,
Y la noche cae
Sin la esperanza de la aurora
A.Ajmátova (Vorónezh,
1936, traducción Lydia Kúper)
Y no sólo por mí rezo,
Sino por quienes
permanecieron allí conmigo,
(...)
Y si amordazaran mi
atormentada garganta,
Por la que gritan cien millones de voces,
Que ellas también
rueguen por mí
En la víspera del aniversario de mi muerte.
Y si alguna vez en
este país
Deciden erigirme un monumento
Doy mi acuerdo a ese
honor
Solo a condición de que no lo erijan
Ni junto al mar, donde
nací:
Se rompieron mis últimos lazos con él,
Ni en el parque de los
Zares, junto al secreto tronco,
Donde una desconsolada sombra me busca
Sino aquí, donde
permanecí de pie trescientas horas
Y donde no me abrieron los cerrojos
Porque en la plácida
muerte
Temo olvidar el fragor de los negros furgones.
Olvidar cómo chirriaba
la odiada puerta
Y a la vieja que aullaba como una bestia herida.
Ojalá que de mis
pesados parpados de bronce
Fluyan las lágrimas
como derretida nieve
Y que la paloma de la
prisión arrulle a lo lejos
Y que silenciosamente naveguen los barcos por el Neva
A.Ajmátova (Réquiem,
Marzo 1940, Casa de Fontanka, Traducción de Jesús García Gabaldón)
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