“En 1942, subí estas mismas escaleras
para asistir a la recitales de piano que daba en el museo Myra Hess. La mayoría
de los cuadros habían sido evacuados a causa de los bombardeos. Tocaba obras de
Bach. Los conciertos eran a mediodía. Los escuchábamos tan silenciosos como los
pocos cuadros que quedaban colgados en las paredes. Las notas y los acordes del
piano nos parecían un ramo de flores sujeto por un alambre de muerte. Nos
quedábamos con e vívido ramo e ignorábamos el alambre.
Fue ese mismo año, 1942, cuando los
londinenses escucharon por primera vez en la radio-era verano, creo- la Séptima sinfonía de Shostakóvich,
dedicada a la ciudad sitiada de Leningrado. Había empezado a componerla allí,
en 1941, durante el asedio. Para algunos de nosotros, la sinfonía era una profecía.
Al escucharla nos decíamos que la resistencia de Leningrado, a la que entonces
había seguido la de Stalingrado, terminaría conduciendo a la derrota de la Wehrmacht a manos del Ejército Rojo. Y
eso es lo que sucedió.
Es
extraño, pero en tiempo de guerra la música es una de las pocas cosas que
parecen indestructibles.
Enseguida encuentro la Crucifixión de Antonello, colgada a la
altura de los ojos, a la izquierda según se entra en la sala.”
(John Berger, El cuaderno de Bento. Traducción de Pilar Vázquez)
https://www.nationalgallery.org.uk/artists/antonello-da-messina
SIC VITA (ASI LA VIDA)
Soy un territorio de efímeros esfuerzos
reunidos por casualidad,
que penden aquí y allá, sus ataduras
fueron hechas débiles y holgadas,
pienso,
para un clima más benigno.
Un puñado de violetas sin sus raíces,
con acedera mezcladas,
rodeado por un lazo de paja,
una vez segadas,
es la ley
que me tiene sujeto.
Un ramo que el tiempo sacó
de los honestos campos elíseos,
con malas hierbas y tallos rotos, veloz,
hace la agitada ruta
que consume
el día que brinda.
Y aquí inadvertido florezco por una breve hora,
absorbiendo mis jugos,
que no tienen su raíz en la tierra,
para conservar verdes mis ramas,
mientras permanezco
en una vasija estéril.
Algunos brotes quedaron en mi tallo,
imitando la vida,
pero el niño no conocerá
hasta que el tiempo los haya segado
al enemigo
con el que están unidos.
Ahora veo que no fui seleccionado inútilmente
para permanecer después en la vasija vítrea de
la vida
mientras pueda sobrevivir,
sino que fui traído por una mano amable
vivo
a un lugar extraño.
Aquel territorio así aligerado pronto redimirá
sus horas
y en otra estación,
que sólo Dios conoce, con aire más libre,
más frutos y flores más bellas,
dará
mientras yo decaigo aquí.
Henry David Thoreau
(Traducción Guillermo G. Ruiz)
(Aquí
el 21 de mayo de 2006)
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