El Año Nuevo es la
mayor celebración de Escocia. Se caracteriza por una interminable borrachera de
la fraternidad alcohólica, pero muchos abstemios celebran el espíritu del Año
Nuevo tranquilamente sobrios. No hay “religión” en ello. Se divulga un espíritu
especial: “Auld Lang Syne”*, “Un hombre es un hombre por eso”. En Gartnavel, en
las llamadas “salas posteriores” he visto pacientes catatónicos que apenas se
movían o que apenas pronunciaban palabra, que no parecían percatarse de nada ni
preocuparse por nada de lo que sucedía a su alrededor años tras año, sonreían,
reían, batían palmas, deseaban a los demás “Un feliz Año Nuevo” e incluso
bailaban … y caían de nuevo en su apatía indiferente aquella misma tarde o a la
mañana siguiente. El cambio, aunque fugaz, en algunos pacientes crónicos más
huraños y aletargados, resulta sorprendente. Si hubiera alguna droga con
semejantes efectos, aunque solo fuera por unas pocas horas o minutos, sería
famosa en todo el mundo y merecería ser celebrada del mismo modo que el Año
Nuevo escocés. No obstante, en este caso, la embriaguez no procedía de una
droga, ni siquiera del alcohol, sino de una celebración con espíritu de
compañerismo.
Hay aspectos de la estructura política
y socieconómica de nuestra sociedad en los que la comunión es imposible o casi
imposible.
(Ronald
D. Laing, Wisdom. Madness and Folly. The making of a Pysychiatrist 1927-1957. Traducción
de Silvia Furió y Alicia Ramón. Editorial Crítica 1987)
*Poema de Robert Burns
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