Pero el genocidio hitleriano es algo distinto.Y aunque remita sin duda a la larga historia de las persecuciones antisemitas en el occidente cristiano, esa nefasta tradición no lo explica todo.En el proyecto de aniquilación tan minuciosamente concebido y realizado por los nazis hay algo que escapa a los criterios habituales. La inmensa matanza no favorece, sino todo lo contrario, los fines de guerra alemanes.
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El objetivo principal del hitlerismo era-en mi opinión- erradicar primero de Alemania, y a continuación de Europa, esa vocación asignada por la tradición religiosa: la preocupación por las víctimas.
Por razones tácticas evidentes, durante la guerra, el nazismo intentó ocultar el genocidio.Pero si hubiera triunfado, creo que lo habría hecho público, para demostrar que, gracias a él, la preocupación por las víctimas no constituía ya el sentido irrevocable que había representado en nuestra historia.
Suponer, como supongo, que los nazis habrían descubierto con toda claridad que la inquietud por las víctimas constituye el valor dominante de nuestro mundo, ¿no será acaso sobreestimar su perspicacia en el orden espiritual? No lo creo.Se apoyaban para ello en el pensador que descubre la vocación victimaria del cristianismo en el plano antropológico: Friedrich Nietzsche
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Después de la Segunda Guerra Mundial, una nueva ola intelectual hostil al nazismo, pero, sin embargo, más nihilista que nunca, y más que nunca tributaria de Nietzsche, ha venido acumulando montañas de sofismas para descargar a su pensador favorito de cualquier responsabilidad en la aventura nacionalsocialista.Pero no por ello Nietzsche deja de ser el autor de los únicos textos capaces de aclarar la monstruosidad nazi. Si existe una esencia espiritual de ese movimiento, es él quien la expresa.
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En el Evangelio de Lucas, Cristo ve a Satán “caer del cielo como el relámpago”. Es evidente que cae sobre la tierra y que no permanecerá inactivo.Lo que Jesús anuncia no es el fin inmediato de Satán, o, al menos, todavía no, sino el fin de su mentirosa trascendencia, de su poder de restablecer el orden.”
(René Girard, traducción de Francisco Díez del Corral)
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