Y tú, lenta retama,
que de frondas fragantes
esta campiña desolada adornas,
también al cruel poder morirás luego
del subterráneo fuego,
que volviendo al lugar que ya conoce
avaro ha de extender su rojo manto
por tu fresca espesura. Indiferente
doblarás bajo el peso del destino
tu cabeza inocente:
mas hasta entonces no la habrás en vano
doblegado con súplicas cobardes
del futuro opresor, ni erguido nunca
delirante del orgullo a las estrellas,
sobre el desierto donde
lugar y nacimiento
el azar, no tu gusto, darte quiso;
que más sabía que el hombre, menos necia,
no creíste jamás que por el hado
o por ti misma eterno
tu caduco linaje fue creado.
“La retama o la flor del desierto”, fragmento, en Obras, Giacomo Leopardi, trad. de Miguel Romero Martínez, Madrid, Aguilar de Ediciones, 1960, po. 232-233
Traducción de Miguel de Unamuno
https://www.poesi.as/muj0100.htm
Original
https://www.poesi.as/muj0100it.htm
Mas antes el desprecio, que en mi pecho
para contigo guardo,
mostraré lo más claro que se pueda;
aunque sé que el olvido
cae sobre quien increpa a su edad propia.
Soñando libertad, al par esclavo
queréis al pensamiento,
el solo que nos saca
de la barbarie en parte; y por quien sólo
se crece en la cultura; él sólo guía
a lo mejor los públicos negocios.
La verdad te disgusta,
del ínfimo lugar y áspera suerte
que natura te dio. Por eso tornas,
cobarde, las espaldas a la lumbre
que nos la muestra y, fugitivo, llamas
a quien la sigue, vil,
y tan sólo magnánimo
al que con propio escarnio, o de los otros
o ya loco o astuto redomado,
exalta hasta la luna el mortal grado.
y cual compadeciendo ajeno daño
mandas al cielo perfumado aroma
que al desierto consuela
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