Me asombra la
singular persistencia y resistencia de nuestras vidas. El milagro es que lo que
es sea, cuando ser es tan difícil, si no imposible, para cualquier cosa; que
caminemos tan lejos en nuestras sendas propias, antes de caer ante la muerte y
el destino, simplemente porque debemos caminar en alguna senda; que cualquier
hombre pueda ganarse la vida y que tan pocos puedan algo más. Esto es lo que he
logrado antes de que la salud y la fuerza se hayan ido, y aún así ello basta.
El pájaro se posa ahora fuera de tiro. Nunca soy rico en dinero y nunca soy
ruinmente pobre. Porque si se contraen deudas, las mismas se cancelan en el
curso de los negocios por la misma ley por la que se contrajeron. Oí
que fue concertado un compromiso entre un joven y su prometida y entonces
escucho que fue roto, pero desconozco la razón en ambos casos. Somos
impulsados, pensamos, por el accidente y la circunstancia, tan pronto nos
arrastramos como en un sueño y tan pronto corremos de nuevo. Como si hubiera un
destino en ello y todas las cosas fueran opuestas o favorecidas.
No puedo cambiar mis
trajes sino cuando lo hago y aún así cuando los cambio y visto los nuevos es
sorprendente conseguirlo, cuando algunas tareas admirables que podría mencionar
no pueden realizarse. Nuestras propias vidas parecen de tal fortuna y vigor y
duración serenos como pilares de roca sólida arrojados hacia delante en la
marea de la circunstancia. Cuando cualquier otra senda fracasaría, con
confianza singular y certera avanzamos en nuestro particular trayecto.¡Qué
riesgos corremos! Hambre y fuego y pestilencia y las mil formas del destino
cruel y aún así, cada hombre vive hasta que muere.¿Cómo lo logra?.¿No hay
ningún peligro inmediato?.Nos maravillamos superfluamente cuando oímos de un
funambulista andando por el alambre con seguridad-nosotros hemos andando sobre
el alambre todas nuestras vidas hasta este trozo de alambre sobre el que
estamos. Mi vida no esperara a nadie, pero está madurando sin demora mientras
voy por las calles y hago tratos con este hombre y el otro para asegurarle su
sustento. Mientras tanto es tan indiferente y fácil como un perro de pobre, y
hace amistades con los de su clase. Cortará su propio camino como una corriente
de la montaña y al final no será impedida de alcanzar el mar por el acantilado
más largo. Hasta ahora he encontrado todas las cosas, personas y materia
inanimada, elementos y estaciones, extrañamente adaptados a mis necesidades. No
importa cuánto apresuramiento inconsciente haya en mi carrera, se me permite
ser impetuoso. Los Golfos son salvados en un parpadeo como si algún tren
llevara puentes para mi necesidad y, mientras desde las alturas oteo el
tentador pero inexplorado Océano Pacifico del Futuro, el barco es llevado sobre
montañas en piezas a lomos de mulas y lamas, su proa arará sus olas y me
llevará a las Indias. El día no habría comenzado si no fuera por la
LA MAÑANA INTERIOR,
THE INWARD MORNING
En
mi mente están apilados todos los trajes
Que
la naturaleza usa
Y
que, con su estilo de cambio constante,
Todas
las demás cosas reparan.
En
vano busco el cambio fuera
Y
no puedo encontrar diferencia alguna
Hasta
que, no llamado, un nuevo rayo de paz
Ilumina
mi mente íntima.
¿Qué
es lo que dora los árboles y nubes
Y
destaca los cielos tan joviales
Sino
la rápida luz allí penetrante
Con
su rayo inmutable?
Cuando
el sol se difunde por el bosque
En
una mañana de invierno
Dondequiera
que llegan sus destellos silenciosos
Termina
la noche oscura.
¿Cómo
pudo el paciente pino haber sabido
Que
llegaría la brisa de la mañana
O
las humildes flores anticipar
La
libación del insecto a mediodía?
Hasta
que la nueva luz con alegría matutina
Desde
lejos irradió por sus caminos
Y
con rapidez se comunicó a los árboles del bosque
A
lo largo de muchas millas.
He
oído con mi alma íntima
Tales
noticias reconfortantes de la mañana
Y
en el horizonte de mi mente
He
visto esos tintes matutinos.
Como
en la penumbra de la aurora,
Cuando
los primeros pájaros despiertan,
Se
escuchan en el interior de algún bosque silencioso,
Donde
rompen las pequeñas ramas.
O
como son vistos en los cielos orientales,
Antes
de que el sol despunte,
Los
mensajeros de calores veraniegos
Que
desde lejos porta.
Meses y semanas enteras de mi vida veraniega se evaporan en delgados volúmenes como niebla y humo hasta que al final alguna mañana cálida, quizás veo un lienzo de niebla soplado desde el río al soto y sobrevuelo con el, tan alto, los campos. Puedo hacer presentes las horas veraniegas más pausadas, en las cuales el saltamontes canta sobre los gordolobos, y tiene valor aquel tiempo cuya simple memoria es armadura que puede sonreír a cada soplo de la fortuna. Porque en nuestra vida, las cuerdas de arpa se escuchan vibrar y morir alternativamente, y la muerte no es sino “la pausa donde el estallido se recolecta a sí mismo”.
Henry David Thoreau (Fragmento de “A week on the Concord and Merrimack
Rivers”)
Traducción de Guillermo Ruiz
LA
RESURRECCION DEL ALERCE
Somos supersticiosos. Pedimos milagros. Nos inventamos símbolos y con ellos vivimos.
Un hombre en el Extremo Norte busca una salida para su sensibilidad no destruida, no envenenada tras sus largos años en Kolimá. Y manda por correo aéreo un paquete: no libros ni fotografías, sino una rama de alerce, una rama muerta de naturaleza viva.
(…)
Cuántos años, zarandeado por los vientos, por las heladas, girando tras el correr del sol, el alerce, cada primavera, había extendido hacia el cielo sus jóvenes hojas verdes.
¿Cuántos años?.Cien. Doscientos. Seiscientos. El alerce de Daúr alcanza la edad adulta a los trescientos años.
(…)
El alerce trocó las escalas del tiempo, echó en cara al hombre su desmemoria, le recordó lo inolvidable.
(…)
El alerce respiraba en la casa moscovita para traer a la memoria de los hombres su deber de hombres, para que los hombres no olvidaran los millones de cadáveres, los millones de hombres caídos en Kolimá.
El débil e insistente olor era la voz de los muertos.
Y era justamente en nombre de estos difuntos que el alerce se atrevía a respirar, hablar, vivir.
Para aquella resurrección hacía falta fuerza y fe. No bastaba con meter la rama en el agua, ni mucho menos. Yo también puse un día una rama de alerce en agua: la rama se secó, se convirtió en algo inanimado, se hizo frágil y quebradiza, la vida la abandonó. La rama se marchó a la nada, no resucitó. Pero el alerce en la casa del poeta revivió en un bote con agua.
(…)
El alerce es el árbol de Kolimá, el árbol de los campos de concentración.
(…)
Solo el alerce invade los bosques con su vago olor a trementina. Al principio se diría que se trata de un olor a descomposición, de un olor a muerto. Pero si uno presta atención, si inspira hondamente este olor, comprenderá que es el olor de la vida, el olor de la resistencia al Norte, el olor de la victoria.
(…)
No, el alerce no es un árbol bueno para la romanza, sobre esta rama no hay modo de cantar, de componer una romanza. Aquí las palabras tienen otra hondura, calan en otras profundidades de los sentimientos humanos.
(…)
Mandar la recia y flexible rama a Moscú.
Al enviar la rama el hombre no comprendía, no sabía, no pensaba que en Moscú le iban a devolver la vida a la rama y que esta, resucitada, olería a Kolimá, florecería en una calle de Moscú, que el alerce mostraría su fuerza, su inmortalidad-pues los seiscientos años que vive el alerce son para el hombre prácticamente la inmortalidad-, que alguien en Moscú tocaría con sus manos la rugosa , sufrida y recia rama, la miraría, vería su verde cegador, su resurgimiento, su resurrección, e iría a inspirar su olor no como el recuerdo del pasado, sino como una nueva vida.
1966
(Varlam Shalámov, Relatos de Kolimá, Volumen IV, traducción de Ricardo San Vicente)
Somos supersticiosos. Pedimos milagros. Nos inventamos símbolos y con ellos vivimos.
Un hombre en el Extremo Norte busca una salida para su sensibilidad no destruida, no envenenada tras sus largos años en Kolimá. Y manda por correo aéreo un paquete: no libros ni fotografías, sino una rama de alerce, una rama muerta de naturaleza viva.
(…)
Cuántos años, zarandeado por los vientos, por las heladas, girando tras el correr del sol, el alerce, cada primavera, había extendido hacia el cielo sus jóvenes hojas verdes.
¿Cuántos años?.Cien. Doscientos. Seiscientos. El alerce de Daúr alcanza la edad adulta a los trescientos años.
(…)
El alerce trocó las escalas del tiempo, echó en cara al hombre su desmemoria, le recordó lo inolvidable.
(…)
El alerce respiraba en la casa moscovita para traer a la memoria de los hombres su deber de hombres, para que los hombres no olvidaran los millones de cadáveres, los millones de hombres caídos en Kolimá.
El débil e insistente olor era la voz de los muertos.
Y era justamente en nombre de estos difuntos que el alerce se atrevía a respirar, hablar, vivir.
Para aquella resurrección hacía falta fuerza y fe. No bastaba con meter la rama en el agua, ni mucho menos. Yo también puse un día una rama de alerce en agua: la rama se secó, se convirtió en algo inanimado, se hizo frágil y quebradiza, la vida la abandonó. La rama se marchó a la nada, no resucitó. Pero el alerce en la casa del poeta revivió en un bote con agua.
(…)
El alerce es el árbol de Kolimá, el árbol de los campos de concentración.
(…)
Solo el alerce invade los bosques con su vago olor a trementina. Al principio se diría que se trata de un olor a descomposición, de un olor a muerto. Pero si uno presta atención, si inspira hondamente este olor, comprenderá que es el olor de la vida, el olor de la resistencia al Norte, el olor de la victoria.
(…)
No, el alerce no es un árbol bueno para la romanza, sobre esta rama no hay modo de cantar, de componer una romanza. Aquí las palabras tienen otra hondura, calan en otras profundidades de los sentimientos humanos.
(…)
Mandar la recia y flexible rama a Moscú.
Al enviar la rama el hombre no comprendía, no sabía, no pensaba que en Moscú le iban a devolver la vida a la rama y que esta, resucitada, olería a Kolimá, florecería en una calle de Moscú, que el alerce mostraría su fuerza, su inmortalidad-pues los seiscientos años que vive el alerce son para el hombre prácticamente la inmortalidad-, que alguien en Moscú tocaría con sus manos la rugosa , sufrida y recia rama, la miraría, vería su verde cegador, su resurgimiento, su resurrección, e iría a inspirar su olor no como el recuerdo del pasado, sino como una nueva vida.
1966
(Varlam Shalámov, Relatos de Kolimá, Volumen IV, traducción de Ricardo San Vicente)
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