"Entre millones de isbas rusas no hay
ni habrá nunca dos exactamente iguales. Todo lo que vive es irrepetible. Es
inconcebible que dos seres humanos, dos arbustos de rosas silvestres sean idénticos…la vida se extingue allí donde existe el empeño de borrar las
diferencias y las particularidades por la vía de la violencia.
(…)
Y aunque ninguno de ellos pueda decir
qué les espera, aunque sepan que en una época tan terrible el ser humano no es
ya forjador de su propia felicidad y que solo el destino tiene el poder de
indultar y castigar, de ensalzar en la gloria y hundir en la miseria, de
convertir a un hombre en polvo de un campo penitenciario, sin embargo ni el
destino ni la historia ni la ira del Estado ni la gloria o infamia de la
batalla tienen poder para transformar a los que llevan por nombre seres
humanos. Fuera lo que fuese lo que les deparara el futuro-la fama de su trabajo
o la soledad, la miseria y la desesperación, la muerte y la ejecución-, ellos
vivirán como seres humanos, y lo mismo para aquellos que ya han muerto; y solo
en eso consiste la victoria amarga y eterna del hombre sobre las fuerzas
grandiosas e inhumanas que hubo y habrá en el mundo.”
(Vasili Grossman, Zhizn i sudbá (Vida y destino), páginas 11
y 1093.Traducción Marta Rebón)
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