El poeta no es un billete de mercancía
de feria, que requiere instituciones y edictos para su vigencia, sino el hijo
más fuerte de la tierra y el Cielo, y por su mayor fuerza y resistencia sus
desfallecientes compañeros reconocerán el Dios que hay en él. Después de todo,
son los seguidores de la Belleza quienes han hecho el trabajo realmente pionero
para poblar el mundo.
( "A week on the Concord and Merrimack Rivers"; Friday)
(Primera vez aquí el 19 de diciembre 2009)
Vivimos insensibles al suelo bajo
nuestros pies
(…)
Aletea la risa bajo sus bigotes de
cucaracha
Y relucen brillantes las cañas de sus
botas.
Una chusma de jefes de cuello blanco lo
rodea
(…)
Uno silba, otro maúlla, otro gime,
Sólo él parlotea y dictamina.
(…)
Y cada ejecución es un bendito don
Que regocija el ancho pecho del Oseta
O. Mandelstam (Noviembre 1933, traducción
Lydia Kúper)
Dejad que los chopos eleven sus cálices
En un brindis que conmueva al cielo,
Como miles de invitados de boda
Que beben jubilosamente en la fiesta.
Pero en la habitación del poeta
proscrito
Montan la guardia tan pronto la musa
como el temor,
Y la noche cae
Sin la esperanza de la aurora
A. Ajmátova (Vorónezh,
1936, traducción Lydia Kúper)
Y no sólo por mí rezo,
Sino por quienes permanecieron allí
conmigo,
En el frío feroz y en el infierno de
Julio,
Bajo el muro rojo y ciego.
De nuevo se acercó la hora del recuerdo,
Os veo, os oigo, os siento:
A aquella a la que a duras penas
empujaron hacia la ventana,
A quien sus pies no pisan su tierra
natal,
A la que agitando su bella cabeza
Dijo: “Vengo aquí, como si fuera a casa”.
Quisiera llamar a todas por su nombre,
Pero confiscaron la lista y no se puede encontrar.
Para ellas he
tejido un vasto sudario
Con las pobres
palabras que les oí.
De ellas me
acuerdo siempre, en todas partes.
No las olvidaré
en una nueva desgracia.
Y si amordazaran
mi atormentada garganta,
Por la que
gritan cien millones de voces,
Que ellas también
rueguen por mí
En la víspera
del aniversario de mi muerte.
Y si alguna vez
en este país
Deciden
erigirme un monumento
Doy mi acuerdo
a ese honor
Solo a condición
de que no lo erijan
Ni junto al
mar, donde nací:
Se rompieron
mis últimos lazos con él,
Ni en el parque
de los Zares, junto al secreto tronco,
Donde una
desconsolada sombra me busca
Sino aquí,
donde permanecí de pie trescientas horas
Y donde no me abrieron
los cerrojos
Porque en la plácida
muerte
Temo olvidar el
fragor de los negros furgones.
Olvidar cómo
chirriaba la odiada puerta
Y a la vieja
que aullaba como una bestia herida.
Ojalá que de
mis pesados parpados de bronce
Fluyan las lágrimas
como derretida nieve
Y que la paloma
de la prisión arrulle a lo lejos
Y que
silenciosamente naveguen los barcos por el Neva
"(…) recuerdo las palabras de Herzen sobre los intelectuales;
decía que tenían tanto miedo al pueblo que preferían seguir encadenados con tal
que al pueblo no le quitaran las ataduras"
(Nadiezhda Mandelstam, Contra toda
esperanza.Traducción de Lydia Kúper)
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