Hace más de 8 años (16 de enero de 2010) traducías el poema de Thoreau y el conejo que saltaba era una oración. El otro día la oración cobró vida en el mismo lugar:
El conejo salta
El ratón avanza
El cálamo asoma
Más allá del arroyo
El hurón gime
La marmota duerme
El búho aguarda
En su cálido refugio
Los manzanos se funden
Los cuervos graznan
Las ardillas roen
La fruta helada
Hasta su madriguera
Seguimos la huella
De los ratones que comen
La raíz de los manzanos
Los sauces descienden
Los abedules se inclinan
Los faisanes se agrupan
Bajo la nieve
Los amentos verdes
dejan sobre la escena
Un atuendo veraniego
Un cálido brillo
El polvo de nieve cae
La nutria nada
La perdiz llama
En el bosque lejos
El viajero sueña
El hielo del árbol destella
El blue-jay chilla
Con ánimo furioso
HDT
(Traducción Guillermo Ruiz)
Conejo en Madrid. Liebres en Estocolmo.La vida se hace con lo que tiene a mano.
Mencio
dice: “Si uno pierde una gallina o un perro sabe bien cómo buscarlos de nuevo;
si uno pierde los sentimientos de su corazón no sabe cómo buscarlos de
nuevo…Las obligaciones de la filosofía práctica consisten solo en buscar
aquellos sentimientos del corazón que hemos perdido; eso es todo”.
HDT
(" A week ...",
fragmento.Traducción de Guillermo Ruiz)
"Necesito cambiar de sangre,
de órganos,
de vísceras,
de cuerpo,
pero no de alma.
Mi alma estará bien siempre."
(Manuel Vilas, Gran Vilas, fragmento)
"Necesito cambiar de sangre,
de órganos,
de vísceras,
de cuerpo,
pero no de alma.
Mi alma estará bien siempre."
(Manuel Vilas, Gran Vilas, fragmento)
Estoy
plenamente agradecido a lo que soy y tengo. Mi agradecimiento es perpetuo. Es
sorprendente lo contento que uno puede estar con nada en concreto-solo con un
sentido de la existencia. Bien, cualquier cosa por variedad. Estoy listo para
probar esto los próximos diez mil años y agotarlo.¡Qué dulce de pensar! mis
extremidades bien dispuestas y mi parte intelectual también, de forma que no
hay peligro de gusanos o descomposición por un período largo. Mi respiración es
dulce para mí. Cómo me río cuando pienso en mis riquezas indefinidas y vagas.
Ninguna bancarrota en mi banco las puede arruinar porque mi riqueza no es
posesión sino disfrute.
HDT
Carta a H.G.O. Blake, 6 de
diciembre de 1856
El
cuerpo concentra orden. Continuamente se autorepara. Cada cinco días tienes un
recubrimiento nuevo del estómago. Tienes un hígado nuevo cada dos meses. Tu
piel se reemplaza a sí misma cada seis semanas. Cada año el 98 por ciento de
los átomos de tu cuerpo son reemplazados.Este continuo reemplazamiento químico,
el metabolismo, es una señal segura de vida.
Recordado hoy 5 de mayo de 2018, lo primero, en el parque, la resurrección del alerce (aquí por primera vez el 22 de julio de 2011).
LA
RESURRECCION DEL ALERCE
Somos supersticiosos. Pedimos milagros. Nos inventamos símbolos y con ellos vivimos.
Un hombre en el Extremo Norte busca una salida para su sensibilidad no destruida, no envenenada tras sus largos años en Kolimá. Y manda por correo aéreo un paquete: no libros ni fotografías, sino una rama de alerce, una rama muerta de naturaleza viva.
(…)
Cuántos años, zarandeado por los vientos, por las heladas, girando tras el correr del sol, el alerce, cada primavera, había extendido hacia el cielo sus jóvenes hojas verdes.
¿Cuántos años?.Cien. Doscientos. Seiscientos. El alerce de Daúr alcanza la edad adulta a los trescientos años.
(…)
El alerce trocó las escalas del tiempo, echó en cara al hombre su desmemoria, le recordó lo inolvidable.
(…)
El alerce respiraba en la casa moscovita para traer a la memoria de los hombres su deber de hombres, para que los hombres no olvidaran los millones de cadáveres, los millones de hombres caídos en Kolimá.
El débil e insistente olor era la voz de los muertos.
Y era justamente en nombre de estos difuntos que el alerce se atrevía a respirar, hablar, vivir.
Para aquella resurrección hacía falta fuerza y fe. No bastaba con meter la rama en el agua, ni mucho menos. Yo también puse un día una rama de alerce en agua: la rama se secó, se convirtió en algo inanimado, se hizo frágil y quebradiza, la vida la abandonó. La rama se marchó a la nada, no resucitó. Pero el alerce en la casa del poeta revivió en un bote con agua.
(…)
El alerce es el árbol de Kolimá, el árbol de los campos de concentración.
(…)
Solo el alerce invade los bosques con su vago olor a trementina. Al principio se diría que se trata de un olor a descomposición, de un olor a muerto. Pero si uno presta atención, si inspira hondamente este olor, comprenderá que es el olor de la vida, el olor de la resistencia al Norte, el olor de la victoria.
(…)
No, el alerce no es un árbol bueno para la romanza, sobre esta rama no hay modo de cantar, de componer una romanza.Aquí las palabras tienen otra hondura, calan en otras profundidades de los sentimientos humanos.
(…)
Mandar la recia y flexible rama a Moscú.
Al enviar la rama el hombre no comprendía, no sabía, no pensaba que en Moscú le iban a devolver la vida a la rama y que esta, resucitada, olería a Kolimá, florecería en una calle de Moscú, que el alerce mostraría su fuerza, su inmortalidad-pues los seiscientos años que vive el alerce son para el hombre prácticamente la inmortalidad-, que alguien en Moscú tocaría con sus manos la rugosa , sufrida y recia rama, la miraría, vería su verde cegador, su resurgimiento, su resurrección, e iría a inspirar su olor no como el recuerdo del pasado, sino como una nueva vida.
1966
(Varlam Shalámov, Relatos de Kolimá, Volumen IV, traducción de Ricardo San Vicente)
Somos supersticiosos. Pedimos milagros. Nos inventamos símbolos y con ellos vivimos.
Un hombre en el Extremo Norte busca una salida para su sensibilidad no destruida, no envenenada tras sus largos años en Kolimá. Y manda por correo aéreo un paquete: no libros ni fotografías, sino una rama de alerce, una rama muerta de naturaleza viva.
(…)
Cuántos años, zarandeado por los vientos, por las heladas, girando tras el correr del sol, el alerce, cada primavera, había extendido hacia el cielo sus jóvenes hojas verdes.
¿Cuántos años?.Cien. Doscientos. Seiscientos. El alerce de Daúr alcanza la edad adulta a los trescientos años.
(…)
El alerce trocó las escalas del tiempo, echó en cara al hombre su desmemoria, le recordó lo inolvidable.
(…)
El alerce respiraba en la casa moscovita para traer a la memoria de los hombres su deber de hombres, para que los hombres no olvidaran los millones de cadáveres, los millones de hombres caídos en Kolimá.
El débil e insistente olor era la voz de los muertos.
Y era justamente en nombre de estos difuntos que el alerce se atrevía a respirar, hablar, vivir.
Para aquella resurrección hacía falta fuerza y fe. No bastaba con meter la rama en el agua, ni mucho menos. Yo también puse un día una rama de alerce en agua: la rama se secó, se convirtió en algo inanimado, se hizo frágil y quebradiza, la vida la abandonó. La rama se marchó a la nada, no resucitó. Pero el alerce en la casa del poeta revivió en un bote con agua.
(…)
El alerce es el árbol de Kolimá, el árbol de los campos de concentración.
(…)
Solo el alerce invade los bosques con su vago olor a trementina. Al principio se diría que se trata de un olor a descomposición, de un olor a muerto. Pero si uno presta atención, si inspira hondamente este olor, comprenderá que es el olor de la vida, el olor de la resistencia al Norte, el olor de la victoria.
(…)
No, el alerce no es un árbol bueno para la romanza, sobre esta rama no hay modo de cantar, de componer una romanza.Aquí las palabras tienen otra hondura, calan en otras profundidades de los sentimientos humanos.
(…)
Mandar la recia y flexible rama a Moscú.
Al enviar la rama el hombre no comprendía, no sabía, no pensaba que en Moscú le iban a devolver la vida a la rama y que esta, resucitada, olería a Kolimá, florecería en una calle de Moscú, que el alerce mostraría su fuerza, su inmortalidad-pues los seiscientos años que vive el alerce son para el hombre prácticamente la inmortalidad-, que alguien en Moscú tocaría con sus manos la rugosa , sufrida y recia rama, la miraría, vería su verde cegador, su resurgimiento, su resurrección, e iría a inspirar su olor no como el recuerdo del pasado, sino como una nueva vida.
1966
(Varlam Shalámov, Relatos de Kolimá, Volumen IV, traducción de Ricardo San Vicente)
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