DIARIO 29 DE DICIEMBRE DE 1841 (I)
(...)
El cielo
es el lugar más adentro. Los que tienen el bien no tienen que viajar lejos.
¡Qué ánimo no podemos extraer del pensamiento de que nuestros trayectos no
divergen y que no fuimos desviados, sino que tal como la red del destino se
tejió se encuentra completa y somos dispuestos más y más en su centro!.Y nuestros
destinos incluso son sociales.
Ninguna sabiduría puede tomar el lugar de la humanidad, y yo
la encuentro en el viejo Chaucer que ama los sonidos más largos y que rima
mejor que algunos de Milton o Edmund. Desearía que pudiera ser tan sereno como
es Dios. Puedo convocar a mi mente la hora estival más serena en la que la
cigarra canta sobre los gordolobos, y hay un valor en aquel tiempo cuya memoria
es armadura que puede sonreír a cada golpe de la fortuna. Un hombre debería salir
de la naturaleza con el canto del saltamontes y el trino del veery resonando en
su oído. Estos sonidos terrestres solo morirán durante una estación, como las
cuerdas del arpa vibran y resuenan. La muerte es aquella expresiva pausa en la
música del estallido. Yo sería tan limpio como vosotros, bosques. No descansaré
hasta ser tan inocente como vosotros. Sé que antes o después lograré una
inocencia sin mácula, porque cuando considero tal estado, incluso ahora, estoy
encantado. Si fuéramos suficientemente sabios deberíamos ver cuál es la virtud
con la que estamos endeudados por cualquier momento más feliz que podamos
tener; sin duda que la hemos ganado alguna vez. Estos movimientos ubicuos en la
naturaleza deben ser seguramente las circulaciones de Dios.
La vela
desplegada, el arroyo que fluye, el árbol ondulante, el viento que sopla- ¿En
qué otro lugar su infinita salud y libertad?.No puedo ver nada tan propio y
santo como el ejercicio no relajado y jovial en este retiro que Dios ha
construido para nosotros. La sospecha del pecado nunca alcanza a este
pensamiento. Oh, si los hombres sintieran esto nunca construirían templos de
mármol o diamante, sino que sería sacrílego y profano, y se ejercitarían siempre
en este paraíso. En el día más frío él se funde en algún lugar. Parece que solo
una cualidad, un pequeño incidente en la biografía humana debe decirse o
escribirse en algún lugar para que todos los lectores pueden perseguirlo
locamente, y para que el hombre que lo hizo sea considerado un semidiós por
ello.
Lo que
todos nosotros hacemos, nadie puede decirlo, y cuando algún hablante afortunado
profiere una verdad de nuestra experiencia y no de nuestra especulación,
pensamos que debe haber tenido para ayudarle las nueve Musas y las tres
Gracias. Me puedo alargar mucho cuando vengo a la respiración de Chaucer; y
pienso “Bien, yo podría ser el amigo de este hombre”, porque él caminó en aquel
lugar común y retirado en el que yo lo hago, y no fue demasiado bueno para
vivir. Me siento apenado cuando se destacan hechos no viriles que pudiera haber
cometido, porque ello resta de su respiración y humanidad.
HDT
(traducción Guillermo Ruiz)
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