En general voy siendo cada vez menos de la opinión según la
cual los hombres, actos y acontecimiento adquieren su forma irrevocable en el
instante en que penetran en lo pasado, y
permanecen así por toda la eternidad. Ocurre lo contrario, aquel tiempo que
entonces era todavía futuro está modificándose
continuamente. En este aspecto el tiempo es un todo; y lo mismo que todo lo
pasado actúa en el futuro, también el presente actúa sobre lo pasado modificándolo.
Hay así cosas que entonces todavía no eran verdad; pero nosotros las hacemos
verdaderas. Y asimismo se modifican los libros, como frutas o vinos que van madurando poco a poco en la bodega. Hay
a su vez otras cosas que se marchitan con rapidez, que se vuelven nulas,
incoloras, insípidas, que nunca han sido.
Ahí reside también uno de los muchos sentidos que justifican
el culto de los antepasados. Viviendo nosotros como hombres justos enaltecemos
a nuestros padres, del mismo modo que el fruto enaltece el árbol. Es algo que
se ve en los padres de grandes hombres; salen y se destacan de lo innominado,
de lo pasado, cual si se hallaran circundados por una luz.
Pasado y futuro son espejos y entre ellos brilla, inaprensible
para nuestros ojos, el presente, pero al morir cambian los aspectos; los
espejos comienzan a fundirse y el presente se destaca de un modo cada vez más
puro, hasta que en el instante de la muerte se torna idéntico a la eternidad.
La vida divina es presente eterno. Y sólo hay vida en
aquellos sitios donde está presente lo divino.
(…)
El milagro es la sustancia de la que se alimenta la vida.
(Ernst Jünger, Radiaciones, 5 de mayo de 1943)
Los pastos agostados no están muertos para mí. Una forma
bella tiene tanta vida en una estación como en otra
HDT
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