Pero a menudo en las más mundanas y concurridas calles.
Pero a menudo en el ruido de la lucha,
Se levanta un deseo inexpresable
Surgido del conocimiento de nuestra vida enterrada.
El deseo de emplear nuestro fuego y fuerza sin desmayo
En descubrir nuestro verdadero camino original
La inclinación a interrogar
Al misterio de este corazón que late
Tan salvaje, tan profundo, en nosotros, para saber
De dónde vienen nuestras vidas y a dónde van.
Y muchos hombres en su propio pecho entonces excavan
Pero ay ninguno lo bastante profundo perfora.
Y hemos estado sobre muchos miles de surcos,
Y hemos mostrado sobre cada uno espíritu y poder.
Pero a duras penas hemos, por tan solo una hora,
Estado sobre nuestro propio surco, hemos sido nosotros
mismos.
A duras penas tuvimos talento para pronunciar uno de todos
Los sentimientos sin nombre que cruzaron nuestro pecho,
Sino que cruzaron inexpresados para siempre.
Y continuamente tratamos en vano de hablar y actuar
Nuestro yo escondido, y lo que decimos y hacemos
Es elocuente, es bueno, ¡pero no es verdad!.
Y entonces nuca más seremos expoliados
Con el esfuerzo interior y la demanda
De todas las naderías de la hora,
Con su poder estupidificante.
Ah sí, y ellas paralizan nuestra llamada.
Aún así, de vez en cuando, vagos y preteridos,
Surgidos de la subterránea profundidad del alma,
Como de una tierra infinitamente distante
Vienen aires, y ecos flotantes, y traen
Melancolía a todo nuestro día.
Solamente –pero esto es raro-
Cuando una mano amada estrecha la nuestra,
Cuando cansados con la velocidad y destello
De las horas interminables,
Nuestros ojos pueden ver claro en otros ojos,
Cuando nuestro sordo oído mundano
Es acariciado por los tonos de una voz amada,
Un relámpago se descarga de nuevo en algún lugar de nuestro
pecho
Y un pulso perdido del sentimiento vuelve.
El ojo mira hacia dentro, y el corazón descansa llano,
Y lo que significamos lo decimos y lo que querríamos lo
sabemos.
Un hombre toma conciencia del flujo de su vida
Y oye su murmullo ondulante, y ve
Los sotos donde brilla el sol, la brisa.
Y allí llega un receso en la urgente carrera
Donde él siempre persiste
Aquella sombra fugaz y elusiva, el descanso.
Un aire fresco acaricia su cara,
Y una calma no deseada
se filtra en su pecho.
Y entonces él piensa que conoce
Las colinas donde su vida alumbró
Y el mar a dónde camina.
Matthew Arnold (The Buried Life, fragmento)
(traducción
Guillermo Ruiz)
El que oye las ondas de los ríos no desesperará en absoluto por nada
HDT
Diario 12 de Diciembre de 1841