“Fortunatus et ille deos qui novit agrestes”
(Virgilio)
“Senemque Caius nivibus”
(Marcial)
MONCAYO O SAN MIGUEL
Viernes Santo, 2 de Abril de 2010
He recogido a mi amigo en el Polígono Industrial de Soria a las 8.45. Antes me he despertado muy temprano, he preparado un desayuno ligero y he sacado a mi perro, que hoy no nos acompañará. Está noche ha helado. Vierto agua caliente sobre el parabrisas. El termómetro del coche marca 1º C.
Subiremos al Moncayo desde su vertiente al Ebro. Antes lo hemos hecho por su otra cuenca.
Esta última -y la más alta (2.314,3 m)- prolongación del cordal ibérico es divisoria geográfica antes que administrativa.
La otra ruta parte de Cuevas de Agreda. Es una aproximación muy prolongada por el valle que solo poco a poco gana altura.
Para seguir la ruta de hoy iremos primero a Agreda desde Soria, por la N-122.Como nos conocemos hace mucho tiempo, la conversación surge fácil y se mantiene animada. Paramos en Agreda, cerca de la plaza. Recorremos la Avenida de la Virgen de los Milagros y compramos pan. Mi amigo toma un café con churros en una cafetería de la plaza.
Aunque está convenientemente indicada nos confundimos al tomar la dirección de Vozmediano. Finalmente, ya en la ruta, pasamos por el convento de Sor María Jesús de Agreda, situado a la izquierda y a la salida del pueblo. Hay algunas nubes, pero parece que el día no será malo.
Al poco rato, subiendo, las indicaciones anuncian ya el Monasterio de la Virgen del Moncayo. Llegamos al centro de interpretación de Agramonte y seguimos, contemplando los hayedos a cada lado de la carretera. Después de pasar de largo todos los aparcamientos, incluido el de Fuente los Frailes, llegamos al de Haya Seca, en el que hay ya bastantes vehículos. Allí aparcamos nuestro vehículo y nos preparamos. El termo de mi amigo se ha derramado y ha mojado casi toda su ropa de montaña.
La temperatura es buena, no hace aire y el sol nos acompaña. Nos equipamos demasiado ligeramente. Dejo mi última prenda de amigo en el coche, juzgando erróneamente que no me hará falta más tarde.
Caminamos, pisando ya la pista forestal y la mañana amiga, hasta el Santuario. Hay bastantes grupos con la misma ruta y todos caminan alegres. Sí, “bai”, se escucha decir a alguien que sale de una roulot aparcada. El Santuario está al final de la pista, resguardado por unos murallones rocosos.
A la izquierda, hay una indicación a la Ermita y Fuente de San Gaudioso, que no seguimos porque nuestra peregrinación es hoy hacia el Moncayo.
Tomamos el camino indicado que sale, a la derecha, del Santuario. Un cartel informa que esta senda se abrió con ocasión del eclipse de 1860, aunque seguramente existía con anterioridad, utilizada por las gentes del campo.
La senda discurre entre pinos y algún abeto. El suelo está nevado y en las umbrías helado. Algunos que nos preceden, mejor preparados, se ayudan con bastones. Nos cruzamos con una chica joven, muy abrigada, que ya desciende-todavía no son las 11 de la mañana-.¿No exagera?. Sabré más tarde que la juzgo equivocadamente. Se oye cantar a los pájaros en el pinar, pero no soy capaz de identificarlos. El aire parece que transmite una facilidad propia del deseo que anticipa, confiadamente, su logro. El suelo helado de la senda que asciende en zigzag es, de momento, el único obstáculo que se hace notar.
Después de un buen rato caminando sin mucho esfuerzo, la senda nos deja frente al circo del “Cucharón” y la cumbre del Moncayo. La nieve es muy abundante en el circo y en la cumbre. Las nubes circulan rápidamente en la altura. Ante nosotros, el entorno glaciar muestra el atractivo alpino de la acción concertada de los elementos. El fuego solar, el agua nívea y el viento.
Este último, hasta ahora oculto, nos desarbola inmisericorde cuando nos asomamos al circo. Sopla del Norte, helado y fuerte. Como si fuera a mellarnos. Por primera vez tenemos que corregir nuestra indumentaria. Añado el cortavientos de la mochila y un gorro. Después de la maniobra me siento torpe por confiado. Mi amigo se prepara mejor, aunque olvida sus gafas de sol y luego debe descender a por ellas.
Algunos se dirigen directamente a la cumbre por el circo, con pendiente pronunciada de nieve y hielo de al menos 300 metros.
Nosotros, con el resto, vamos por el sendero en zigzag que, a la izquierda, alterna los cantos y la nieve helada. Hemos recibido el aviso de que hoy tiene su precio de viento y frío, invernales en medio de la primavera. La luz reflejada de la cumbre y de la cuerda hasta la misma, a ratos ocultas por las nubes, también es invernal. Siento flato por no haber respirado bien y dudo acerca de si no será mucho peor a más altura.
Después, en medio del viento frío que hace que me lloren los ojos, se va instalando, poco a poco, la tranquilidad de ir repitiendo los pasos debidos. A veces buscando evitar la nieve helada del camino. Ya bajan algunos que han hecho cumbre y se repite la imagen de la indumentaria plenamente invernal. Mi amigo va por delante.
A mitad del camino de pendiente muy pronunciada, otra vez tenemos que cambiar nuestra indumentaria. Ya no podemos retrasar mas calzarnos nuestros crampones. Aprovecho para añadir también un pantalón más grueso a mi fina malla. El piolet lo uso para ayudarme desde el principio del circo.
Mi única aprensión ahora son las nubes que a intervalos ocultan, a la derecha, nuestra ruta a la cumbre y la visión de ésta.
Algunos se dan la vuelta después de haber intentado progresar sin crampones. Uno meritoriamente desciende, prácticamente sin ningún equipamiento adecuado y con un perro boxer atado.
Llegamos al punto donde un letrero advierte, oportunamente, que en condiciones de nieve hay peligro de “desprendimiento” y salida “libre” al vacío. Salvo por las nubes, y a pesar del viento helado, no nos preocupamos. Nuestros crampones muerden sin problema la nieve helada.
La pendiente se hace más pronunciada hasta alcanzar una arista nevada por la que se accede al cordal sobre el circo del “Cucharón”.Es una pequeña pared de nieve de poca altura que está en buenas condiciones. La atravesamos con poca dificultad.
Ahora estamos en la antecima, con una vista plenamente invernal, y completamente blanca, de nieve helada sobre la silla de la cumbre de la montaña.
La figura de los que nos preceden se ve diminuta a lo lejos y, algunas veces, desparece velada por las nubes, pero ya no presentimos dificultad hasta la cumbre. Ascendemos confiadamente. Tomo fotografías. Solo el viento helado pone una nota ligeramente discordante en algo que en su ausencia sería plenamente placentero. La temperatura es baja y mis dedos se entumecen bajo mis finos guantes de lana. Tengo otros más gruesos en la mochila pero por alguna razón prefiero sentir el frío. El viento nos acompaña hasta la cumbre. Allí coincidimos con una pareja y nos intercambiamos tomando fotografías.
La bajada no será problema porque el cielo se despeja de nubes, aunque el viento helado no cesa.
Los pensamientos de cumbre son ligeros y tenues. La facilidad es su compañera: se asciende para ser más ligero y se desciende por la ligereza alcanzada. Es una transmutación extraña. A veces la ligereza se resiste y quiere demorarse en su estado, pero finalmente debe pasar otra vez la prueba de su pérdida a medida que descendemos ¿Otra trasformación idéntica de la vida que fluye a la intemperie?. ¿Un recuerdo de todo equilibrio recuperado?. ¿Un acicate para renovar con alegría aquello que siga siendo necesario?. Desafíos, puede, pero multiformes, tan variados como el paisaje y con su misma continuidad y ausencia de violencia. El primer paso depende del último, es una recreación suya.
Bajamos más lentos que nuestros compañeros de cumbre. Destrepamos de espalda al valle la arista de ascenso. Allí nos cruzamos con otros que ascienden. Aunque todavía debemos seguir descendiendo con cuidado, lo principal de nuestra jornada llega a su fin.
Más abajo, después de fotografiar los pinos helados y la depresión del Ebro, comeremos algo por primera vez bajo el cielo del Moncayo. Todavía veremos a quienes descienden por el circo del “Cucharón”. Una imagen bella.
Como las otras que recordaremos, más tarde, cuando veamos brotar al Queiles en el manadero de Vozmediano. Como este agua manarán también nuestros recuerdos, fuente, como dice el poeta, de la rica vena del Moncayo. La montaña, donde todo es fuente. La montaña de la que también siguen brotando estas palabras, más lejanas, pero no tanto como las de Virgilio y Marcial: “¡Hablas de misterios! ¡Piensa acerca de nuestra vida en la naturaleza,-diariamente para estar expuestos a la materia, para entrar en contacto con ella-, rocas, árboles, viento en nuestras mejillas! ¡La sólida tierra! ¡El mundo actual! ¡El sentido común!”.
Guillermo G. Ruiz Zapatero
(Dedicado a E.R.P, amigo y compañero en el Moncayo el 2 de Abril de 2010)