Tuesday, November 01, 2022

METU CARERE

 

Caritas no conoce el temor porque no conoce la pérdida

El signo de caritas en la Tierra es la ausencia de temor

Hay quienes mueren con entereza; pero perfectos son quienes viven con entereza

Solo porque tiene verdaderamente que trascender la vida presente en este mundo, puede el recuerdo convertirse en garante de un futuro transmundano

Gratitud por el don absoluto de la vida es, en cambio, la fuente del recuerdo...lo que últimamente aquieta el temor a la muerte no es la esperanza o el deseo, sino el recuerdo y la gratitud

Amaban creyendo, imitaban amando

Lo que da unidad y totalidad a la existencia humana es la memoria y no la expectativa (no la anticipación de la muerte, por ejemplo, como en el pensamiento de Heidegger) 



...y la memoria que es como un bosque que se mueve, como un bosque donde vuelve a ser árbol cada huella... (LR)

Como un bosque que atribuye por error esta carta a San Agustín, solo para precisar la huella, donde vuelve a ser árbol:

La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado.
Yo soy yo, vosotros sois vosotros.
Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo
Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho.
No uséis un tono diferente. No toméis un aire solemne y triste.
Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí.
Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra.
La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado.
¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista?
Os espero; No estoy lejos, sólo al otro lado del camino.
¿Veis? Todo está bien.

 

(Todas las citas agustinianas proceden del libro de Hannah Arendt: Love and Saint Augustine, traducido por Agustín Serrano de Haro. El estudio originario del mismo se publicó en Berlín en 1929)

Oh, profundamente, muy profundamente en nosotros, inalcanzable a nuestra decadencia corporal, intacto por la pérdida de nuestros sentidos, protegido de cualquier alteración, protegido en regiones ignotas de nuestro yo, de nuestro corazón, de nuestra alma, está el conocimiento, inescrutable para sí mismo, inevocable, inhallable, irreconocible, y busca el conocimiento simétrico en alma ajena, en corazón ajeno, en ajena profundidad de lo invisible, busca su propio reflejo en el ajeno conocimiento que es lo simétrico, allí trata de invocarlo, para que se le torne visible, constante por toda la eternidad, eterno el puente, eterna la tendida cadena, eterno el encuentro, a través de todas las mutaciones, pues solamente en el encuentro reposa la plenitud de sentido de la palabra, el cumplimiento del sentido del mundo, conocimiento conocido en el eco: visible a pesar de los párpados cerrados, visible en su plenitud de sentido se hallaba fuera lo inmenso, lejano, dorado como un soplo, dorado como vino en el resplandor inmóvilmente tembloroso del asoleado mediodía sobre los techos rojizos de la ciudad, con sus franjas negras, sucios y ruinosos; visible era e invisible al mismo tiempo, un espejo, esperando reflejo, esperando hacia la palabra que se cierne, hacia el conocimiento, que, si bien aún por revelar, estaba ya en la habitación, anunciando el futuro, facilidad que no será perjurio, participación que radicará en el verdadero saber, belleza que puede volver a vivir en la ley, en la ley del dios desconocido, defensor del juramento; y luego, sí, luego se desprendieron del alféizar algunas palomas con un aleteo inflado, presuntuoso y volaron altas, centelleando sus plumas en la luz azul del sol, hundiéndose allá arriba en la inmensa canícula febril de la hora; así se hundieron elevándose en el círculo de la mirada y hundiéndose desaparecieron ante ella. “¡Oh, que tus ojos descansen siempre en mí!”


(Herman Broch, La muerte de Virgilio (Der Tod des Vergil. 1958 by Rhein Verlag A.G., ZURICH). Alianza Editorial, S.A. 1998. Versión de J. M. Ripalda sobre traducción de A. Gegrori, páginas 551-552).


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