Sunday, June 14, 2020

THOREAU, MANDELSTAM, AJMÁTOVA (Y LOS "HECHOS")





El poeta no es un billete de mercancía de feria, que requiere instituciones y edictos para su vigencia, sino el hijo más fuerte de la tierra y el Cielo, y por su mayor fuerza y resistencia sus desfallecientes compañeros reconocerán el Dios que hay en él. Después de todo, son los seguidores de la Belleza quienes han hecho el trabajo realmente pionero para poblar el mundo.

Henry David Thoreau

( "A week on the Concord and Merrimack Rivers"; Friday)


(Primera vez aquí el 19 de diciembre 2009)

Vivimos insensibles al suelo bajo nuestros pies
(…)
Aletea la risa bajo sus bigotes de cucaracha
Y relucen brillantes las cañas de sus botas.

Una chusma de jefes de cuello blanco lo rodea
(…)
Uno silba, otro maúlla, otro gime,
Sólo él parlotea y dictamina.
(…)
Y cada ejecución es un bendito don
Que regocija el ancho pecho del Oseta

O. Mandelstam (Noviembre 1933, traducción Lydia Kúper)

Dejad que los chopos eleven sus cálices
En un brindis que conmueva al cielo,
Como miles de invitados de boda
Que beben jubilosamente en la fiesta.
Pero en la habitación del poeta proscrito
Montan la guardia tan pronto la musa como el temor,
Y la noche cae
Sin la esperanza de la aurora

A.    Ajmátova (Vorónezh, 1936, traducción Lydia Kúper)

Y no sólo por mí rezo,
Sino por quienes permanecieron allí conmigo,
En el frío feroz y en el infierno de Julio,
Bajo el muro rojo y ciego.

De nuevo se acercó la hora del recuerdo,
Os veo, os oigo, os siento:

A aquella a la que a duras penas empujaron hacia la ventana,
A quien sus pies no pisan su tierra natal,

A la que agitando su bella cabeza
Dijo: “Vengo aquí, como si fuera a casa”.

Quisiera llamar a todas por su nombre,
Pero confiscaron la lista y no se puede encontrar.

Para ellas he tejido un vasto sudario
Con las pobres palabras que les oí.

De ellas me acuerdo siempre, en todas partes.
No las olvidaré en una nueva desgracia.

Y si amordazaran mi atormentada garganta,
Por la que gritan cien millones de voces,

Que ellas también rueguen por mí
En la víspera del aniversario de mi muerte.

Y si alguna vez en este país
Deciden erigirme un monumento

Doy mi acuerdo a ese honor
Solo a condición de que no lo erijan

Ni junto al mar, donde nací:
Se rompieron mis últimos lazos con él,

Ni en el parque de los Zares, junto al secreto tronco,
Donde una desconsolada sombra me busca

Sino aquí, donde permanecí de pie trescientas horas
Y donde no me abrieron los cerrojos

Porque en la plácida muerte
Temo olvidar el fragor de los negros furgones.

Olvidar cómo chirriaba la odiada puerta
Y a la vieja que aullaba como una bestia herida.

Ojalá que de mis pesados  parpados de bronce
Fluyan las lágrimas como derretida nieve

Y que la paloma de la prisión arrulle a lo lejos
Y que silenciosamente naveguen los barcos por el Neva

A. Ajmátova (Réquiem, Marzo 1940, Casa de Fontanka, Traducción de Jesús García Gabaldón)






"(…) recuerdo las palabras de Herzen sobre los intelectuales; decía que tenían tanto miedo al pueblo que preferían seguir encadenados con tal que al pueblo no le quitaran las ataduras" 

(Nadiezhda Mandelstam, Contra toda esperanza.Traducción de Lydia Kúper)


El poeta no es un "billete de mercancía de feria". Tampoco un “intelectual”



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