Sunday, November 29, 2009

TINTES OTOÑALES (VIII)









HOJAS CAIDAS

Por su bella variedad ningún cultivo puede ser comparado con este. Aquí no está solo el simple amarillo de los granos, sino casi todos los colores que conocemos, sin exceptuar el azul más brillante: el temprano arce que enrojece, el “poison-sumac” ondeando sus pecados como escarlata, el “mulberry ash”, el rico amarillo-cromo de los álamos, el “huckleberry” rojo brillante, con los cuales las espaldas de las colinas están pintadas, como con aquellos de las ovejas. La helada los toca y con la más tenue respiración del día que vuelve o vibración del eje de la tierra, mira en qué oleadas vienen flotando al suelo. El suelo está en todas partes coloreado con ellas. Pero ellas todavía viven en la tierra, cuya fertilidad y tamaño incrementan y en los bosques que nacen de ella. Ellas cayeron par alzarse, para llegar más alto en los años venideros, trepando por la savia en los árboles, y las primeros frutos de la savia así surgidos, al fin transmutados, pueden adornar su corona, cuando , en los años venideros, ha llegado a ser el monarca del bosque.

¡Es agradable caminar sobre las alfombras de estas frescas, crujientes y murmullantes hojas!.¡Qué bellamente caminan a sus tumbas, que gentilmente se tienden por sí mismas y regresan al suelo fértil!-pintadas de una miríada de tintes y preparadas para hacer vivir nuestras alfombras. Así se dirigen a su último reposo, ligeras y con frescura.

No ponen ninguna semilla, sino que meramente van corriendo sobre la tierra, seleccionando el lugar, eligiendo un terreno, sin disponer ninguna valla de hierro, susurrando a través de todos los bosques acerca de ello- algunas eligiendo el lugar donde debajo los cuerpos de los hombres están vertiéndose en la tierra y encontrándolos a mitad de camino.

¡Cuántos espasmos antes de descansar quietamente en sus tumbas!.Ellas que surgieron tan altamente, cuán serenamente regresan al polvo otra vez, y son tendidas abajo, resignadas a yacer y decaer al pie de un árbol, y a proporcionar alimento a nuevas generaciones de su clase, como antes a vibrar en lo alto. Ellas nos enseñan cómo morir.

Uno se pregunta si alguna vez llegara el tiempo en el que los hombres, con su inflada fe en la inmortalidad, yacerán en el suelo tan elegantemente y tan maduros- y con tal serenidad de un verano indio se quitarán su cuerpos como ahora se quitan su pelo y uñas.

Cuando las hojas caen, toda la tierra es un cementerio placentero por recorrer. Amo considerar y meditar sobre ellas en sus tumbas. Aquí no hay mentira alguna ni vanos epitafios. ¿Qué importa que no poseas un nicho en el Monte Auburn?.

Tu terreno está seguramente dispuesto en este vasto cementerio, que ha sido consagrado desde antiguo. No necesitas atender ninguna subasta para asegurarte un lugar. Hay espacio suficiente aquí. La Lysimachia florecerá y el pájaro huckleberry cantará sobres tus huesos. El leñador y el cazador serán tus enterradores y los niños saltarán sobre los límites tanto como quieran. Permítasenos caminar en el cementerio de las hojas -este es tu verdadero Cementerio del Bosque verde (Greenwood Cemetery).

HDT

(Traducción Guillermo Ruiz)


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